Lincoln

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Para quienes esperen de este nuevo trabajo de Steven Spielberg una típica biopic (película biográfica) con los "grandes éxitos" de un presidente clave en la historia de los Estados Unidos como Abraham Lincoln, habrá que advertirles que el guión de Tony Kushner y la puesta en escena del director de E.T. y La lista de Schindler proponen una experiencia muy diferente.

Ambientada durante los últimos cuatro meses de su segundo mandato (y de su vida), Lincoln se concentra en el período que transcurrió entre enero y abril de 1865, durante el cual se aprobó la 13ª enmienda, que abolió la esclavitud (había cuatro millones de negros en esa condición), se puso fin a la Guerra Civil, que dejó 600.000 muertes tras cuatro años de enfrentamientos y terminó con el asesinato, a los 56 años, del primer presidente republicano (el inicio de una larga cadena de magnicidios en los Estados Unidos).

Pero estos datos sólo sirven de contexto, ya que -por suerte- Lincoln se aleja por completo del espíritu Wikipedia para ofrecer un drama con elementos de thriller sobre la trastienda, el lado oscuro, el "barro" de la política. Es que el film expone con contundencia, sin medias tintas, cómo el lobby -y hasta la corrupción, con la compra de votos incluida- va modificando el devenir de los acontecimientos y, en este caso, de la historia.

El film arranca con una cruda, sangrienta escena de guerra a-lo-Rescatando al soldado Ryan, pero luego serán las escenas de interiores (en algunos pasajes de una solemnidad casi teatral) las que dominen el relato. Spielberg contó con un dream team actoral (empezando por un imponente Daniel Day-Lewis, como el primer mandatario que se carga el peso de las decisiones aun a costa de su salud física y mental, hasta llegar a notables secundarios como el de Tommy Lee Jones, un legislador progresista que se roba la película en un puñado de apariciones) para describir las complejas y por momentos turbias negociaciones tanto en el Congreso como en el campo de batalla (un anticipado fin de la Guerra Civil podía complicar la aprobación definitiva de la trascendente enmienda que ya había pasado con éxito por el Senado).

Puede que algunos pasajes resulten un poco didácticos, que la narración se resienta a veces por sus excesivos diálogos, que las escenas familiares (la conflictiva relación con su esposa o con uno de sus hijos bastante rebelde) no alcancen a exponer en toda su dimensión la tortuosa existencia de Lincoln, pero como thriller político -aun conociendo de antemano el resultado de la votación- el film nunca deja de atrapar y termina siendo en muchos pasajes apasionante: un Spielberg puro.

No es difícil advertir numerosos paralelismos con la actualidad (hay algo aquí también del Aaron Sorkin de The West Wing) y, en ese sentido, resulta interesante que una historia de hace 150 años siga resonando tan fuerte, y no sólo en los Estados Unidos.

Como en otra nominada al Oscar (Django sin cadenas) se aborda aquí un tema complejo como la esclavitud y el racismo y, como en otra de las candidatas al premio de la Academia (La noche más oscura), se expone cómo actividades ilícitas (la tortura en el film de Kathryn Bigelow, la compra de favores en Lincoln) se avalan desde el propio gobierno con fines que se consideran "superiores". Son todas ellas películas valiosas y polémicas, con material suficiente para el disfrute en el terreno del entretenimiento, pero también para la controversia a la hora de analizar las contradicciones entre el idealismo y el pragmatismo, entre lo óptimo y lo posible.