Leyenda: La profesión de la violencia

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Los últimos playboys.

A pesar de que a rasgos generales resulta de por sí muy difícil reducir la vida de cualquier persona al tiempo promedio, la disposición y las limitaciones de un largometraje, sin duda el periplo de los míticos gemelos Ronald y Reginald Kray presenta una serie de problemas de índole singular. Estos gurúes del crimen organizado de la década del 60 fueron verdaderas celebridades y ejemplos colaterales del costado más contradictorio de lo que se dio a conocer como el Swinging London, llegando al punto de codearse en sus nightclubs con muchísimas personalidades prominentes de la época, tanto del mundo del espectáculo como de la política y el propio gobierno. Famosos por sus arrebatos de violencia y sus estrategias en lo que atañe al amedrentamiento de los adversarios en los negocios, su “carrera” duró aproximadamente unos diez años entre fines de los 50 y el cenit de los 60.

El director y guionista Brian Helgeland construyó una biopic relativamente exitosa que sin embargo a veces tropieza con las mismas piedras con las que se había topado Peter Medak en la recordada El Clan de los Krays (The Krays, 1990), el otro gran ensayo en pos de redondear un retrato minucioso del poder que gozaron en su momento los británicos: reemplazando el tono seco de esta última por una progresión un poco más lúdica que hasta incluye chispazos de comedia negra, Leyenda (Legend, 2015) nos ofrece un rompecabezas con varias entradas analíticas en simultáneo que a su vez pueden resumirse en los dos arcos narrativos principales, los cuales abarcan por un lado la relación de Reggie con Frances Shea, quien se terminaría convirtiendo en su esposa, y por el otro el vínculo del susodicho con su hermano Ronnie, éste ya con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide a cuestas.

Como no podía ser de otra manera, Tom Hardy descuella interpretando a ambos personajes y acentuando las diferencias que marca el guión de Helgeland, en consonancia con lo que parece haber sido una convicción específica orientada a trazar distancia con respecto al talante homogéneo y psicopático que proponía El Clan de los Krays como rasgo excluyente de la dupla protagónica: aquí la división de roles es -en cierto sentido- más clasicista porque Reginald representa la faceta más “amigable” de la familia (en esencia pretende darle una pátina de legalidad y/ o sustentabilidad a sus actividades comerciales) y Ronald aporta el componente inestable de la ecuación (se erige como la encarnación de un caos que no sólo destruye a los enemigos, sino que además se lleva puesto a secuaces y allegados). Por otra parte, la visceralidad y la compulsión constituyen los puntos de contacto del dúo.

Lamentablemente el director no exprime al máximo las posibilidades que abre el derrotero de los mellizos, dilapidando la interesante tensión que acumulan algunas escenas con momentos posteriores un poco redundantes o trabajando el matrimonio de Reggie desde el melodrama más previsible. Otros problemas de la película pasan por el hecho de saltearse la infancia de los muchachos y por los déficits de la propuesta en lo que hace al núcleo del relato, ya que no brinda demasiada información acerca del entorno socioeconómico que favoreció su ascenso y se circunscribe al personalismo/ la voluntad individual a la hora de explicar su derrumbe. La falta de desarrollo contextual y de algunos secundarios está compensada mediante el maravilloso desempeño del elenco, en el que también se destacan Emily Browning como Shea y David Thewlis como Leslie Payne, el “tesorero” de la banda.

Más allá de haber dejado afuera a una pluralidad de anécdotas y datos que podrían haber sido valiosos para el apuntalamiento de una historia en verdad coherente, el recurso de Helgeland centrado en extremar el carácter de los Krays termina desplegándose como un arma de doble filo, debido a que en primera instancia genera un halo de glorificación para con la paradójica figura de los señores y luego aprisiona al film en un esquema dualista basado en la incapacidad de Reginald de controlar a su hermano, un planteo atrayente de por sí pero no del todo explotado. Aun así, Leyenda se las arregla para construir una elegía cargada de intensidad, elegancia y dinamismo, que en ocasiones parece hacerse eco de The Last of the Famous International Playboys, la mejor canción del Morrissey solista y esa otra “carta de amor” a los Krays en particular y los antihéroes de los suburbios en general…