LEGO Ninjago: La película

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

FAMILIA NINJA

Tras La gran aventura Lego y Lego Batman: la película, la pregunta que empieza a pisar fuerte es si el universo de Lego puede seguir sosteniendo niveles adecuados de originalidad y creatividad, o si ya está entrando en un mecanismo de repetición de sí mismo que lo va a llevar a caerse por su propio peso, como le sucedió, por ejemplo, a la saga de Shrek. Yo creo que no, básicamente porque si bien es cierto que hay un molde estético y un estilo narrativo sobre los que se asienta cada film nuevo, la intención es siempre contar historias nuevas, que se abren y cierran sin necesidad de referenciar a otros relatos, hechos o personajes. Es decir, cada película cuenta algo por sí misma. Esta operación es la que permite que, ahora, Lego Ninjago: la película pueda desplegar sus propios méritos, sin dejar de establecer sutiles conexiones con las anteriores entregas.

Lo que propone en la superficie Lego Ninjago: la película es una actualización paródica de los relatos donde se fusionan las artes marciales con las peleas de robots, un terreno donde conviven creaciones como Robotech, Power Rangers o, más recientemente, Titanes del Pacífico. Pero eso es solo el principio, porque en verdad estamos ante una comedia familiar con tintes dramáticos: Lloyd podrá ser el integrante del grupo de ninjas defensores de Ninjago, pero también es el hijo de Garmadon, el villano que siempre intenta apoderarse de la ciudad. Ese conflicto de identidad, de un hijo buscando que su padre asuma el rol que le corresponde de una vez por todas, funciona también como una puesta en crisis de las concepciones sobre el Bien y el Mal, lo positivo y lo negativo.

Donde Lego Ninjago: la película establece potentes –y productivas- conexiones con sus dos predecesoras es en la puesta en escena de esa conflictividad desde la acción y el movimiento. Tanto la acción como el movimiento son, nuevamente, frenéticos, con referencias culturales de todo tipo que desfilan a mil por hora. Pero el mérito en verdad surge porque entre tantos colores, velocidad y citas de todo tipo, los que terminan pesando más que cualquier otro factor son los personajes: el film se permite una progresión llamativamente pausada para hilvanar los cruces paterno-filiales, el pasado familiar dándose la mano con el presente y la reconstrucción de los núcleos afectivos.

En el medio, Lego Ninjago: la película se constituye de manera casi natural como un concierto cinematográfico de creatividad e imaginación, de entrecruzamientos entre lo real y lo ficcional, de reflexión permanente sobre el arte de narrar, de autoconsciencia –sin caer en la canchereada o el cinismo- sobre estereotipos, convenciones y arquetipos. En un punto, puede ya pensarse al universo de Lego como el espacio expresivo pertinente para buena parte de la comedia estadounidense más reciente. Eso se puede notar no solo en los repartos de voces –acá tenemos a Dave Franco y Justin Theroux, por ejemplo-, sino también en lo que aportan desde la producción Phil Lord y Chris Miller, que ya habían dirigido La gran aventura Lego, pero también Lluvia de hamburguesas y las dos entregas de Comando especial.

Todos estos elementos se posicionan siempre con la aventura desatada como marco. Aún con algunas remarcaciones y sobre-explicaciones discursivas innecesarias, que por momentos empantanan lo que se cuenta, Lego Ninjago: la película es un film tan sensible como feliz, que se permite ciertas instancias de melancolía pero que ante todo privilegia el goce estético y narrativo. Su mundo –como corresponde al terreno de la animación- está repleto de capas de sentido. Solo hay que soltarse, dejar fluir y disfrutar de las peleas, explosiones, profecías y claro, la historia de un hijo y su padre aprendiendo a conocerse y entenderse.