Las reinas del crímen

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UNA DE GÁNGSTERS…Y ALGO MÁS

La ópera prima de Andrea Berloff se basa en un cómic de DC y contiene en su título original una ironía mayúscula: esa cocina (The Kitchen) que hace referencia tanto al espacio del hogar donde el hombre relega a la mujer en la cultura machista, pero también al barrio neoyorquino, al Hell’s Kitchen de los 70’s, sangriento y dominado por los clanes mafiosos irlandeses. Es una ironía que se pierde en el título a reglamento que le pusieron por acá –Las reinas del crimen– pero también en los más de 100 minutos que dura la película, ya que la ironía es dejada de lado por una explicitación algo ramplona de obligatorias consignas feministas y una forma algo subrayada de sumarse a un aire de época, algo que a Hollywood le está costando, sobre todo desde lo discursivo.

Kathy (Melissa McCarthy) está casada y tiene dos hijos en un matrimonio que parece funcionar; Ruby (Tiffany Haddish) es una afro casada con un irlandés que la desprecia desde diversos lugares (ni qué decir su temible suegra); y Claire (Elisabeth Moss) es la mujer golpeada y violentada psicológicamente por un marido brutal. Este trío es el que sufre en primera instancia la pérdida de la brújula: sus parejas, tres mafiosos, son encerrados luego de un robo que sale mal y estas mujeres se enfrentan a la necesidad de tener que sostener el hogar con las migajas que les pasan los antiguos socios de sus maridos. Claro, hasta que deciden tomar el toro por las astas y hacerse cargo ellas mismas de los trabajos espurios y controlar el barrio. En lo concreto, el film de Berloff es uno de gángsters, que toca los tópicos habituales de estas historias donde el honor, las traiciones, los vínculos familiares y la sangre son la sustancia primordial que motoriza la narración. Pero no se conforma con eso y pretende tener una vuelta de tuerca. Claro, poner en primer plano a personajes femeninos dentro de un subgénero que siempre ha sido masculino y tetosterónico genera un cambio de paradigma, y el mismo debe ser explicado de algún modo (o no, pero la tendencia actual es a la explicación). Y los problemas de la película son precisamente las formas que la directora y guionista encuentra para explicar esos cambios, que son básicamente políticos y culturales, y que en ocasiones son puestos en evidencia con diálogos demasiados subrayados, como aquel “los tiempos están cambiando” que un personaje le dice a otro en un momento crucial. Cuando esos argumentos complican la fluidez del relato y lo hacen chirriar, es cuando Las reinas del crimen licúa la carga de músculo que había edificado en su primera parte y la cambia por sentencias algo obvias.

Aunque en Las reinas del crimen hay algo más curioso. Le falta en su superficie esa hipérbole que el cómic habilita, la cual es reemplazada aquí por una concentración dramática que suspende la diversión, especialmente en la última media hora. La película maneja una cuerda cercana al humor negro en algunos pasajes, pero lo hace de manera dispersa y no termina por hacer sistema dentro de la narración. Así las cosas, nos quedan esas reformulaciones positivas al subgénero y algunos conflictos y personajes complejos y con dimensiones: el mejor es el de McCarthy, tironeada entre la fascinación por ese mundo delictivo que ahora controla y la obligación social de mantener su rol de esposa y madre. En las charlas con su padre, en la forma en que le aporta ironía a un personaje que empieza a disfrutar las bondades de la autonomía, y en la manera en que su moral comienza a torcerse aún a su pesar está lo mejor de una película que prometía más, pero parece conformarse con ser apenas una transcripción de consignas. Cuando logra escapar de eso, estamos ante una buena (incluso muy buena) película de gángsters.