Las noches son de los monstruos

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

COSAS EXTRAÑAS ESTÁN PASANDO

Planteada como un ejercicio nostálgico de género (a la manera de Stranger things, que dio lugar a un revival ochentoso, pero que antes tuvo un mucho mejor exponente en Súper 8), Las noches son de los monstruos tiene el desafío de trasladar esos códigos al terreno nacional, con la pericia suficiente para que el resultado no se quede en la simulación. La historia de Sol (Luciana Grasso), una adolescente recién llegada al pueblo, que sufre el maltrato de sus compañeras de colegio, el acoso del novio de su madre (Esteban Lamothe y Jazmín Stuart, respectivamente), y que entabla una relación simbiótica con una perra misteriosa, tiene los elementos necesarios para explotar las posibilidades del género. La adolescencia atravesada de conflictos, los adultos como villanos o cómplices silenciosos, el padre ausente spielbergiano, el pueblo de pocos habitantes, con sus calles vacías y sus luces de neón, y la irrupción de lo fantástico con su habitual desdoble: primero como amenaza y luego como aliado.

El primer problema de la película de Sebastián Perillo es que se demora en encontrar su conflicto y, cuando lo hace, no tiene muy en claro qué hacer al respecto. La primera secuencia, que plantea el acercamiento inicial con el “monstruo”, promete cierta creatividad artesanal, pero el poco vuelo de lo que sigue lleva las cosas en otra dirección. Una puesta en escena austera, demasiado confiada en el peso emotivo de la banda sonora, a la que se suma un ritmo aletargado, que pareciera querer fundir el espíritu del cine fantástico norteamericano de los 80, con un tono más intimista, cercano al cine independiente de la década posterior (por ejemplo, el de los primeros Gus Van Sant y Richard Linklater).

En esto último, la película se acerca a dos títulos recientes como son Vendrán lluvias suaves y Piedra noche, ambas de Iván Fund. Pero mientras aquellas (sobre todo la segunda) conseguían imbricar ambos registros a partir de una emocionalidad que unificaba y justificaba todo, en Las noches son de los monstruos las emociones aparecen enunciadas, pero nunca consiguen volverse presentes. Incluso cuando las condiciones están servidas, con un espectador promedio educado en el cine que Perillo intenta evocar (confirmado en la existencia y el éxito de, otra vez, Stranger things). Del mismo modo, la mirada sobre la violencia de género se integra a la trama sin sentirse forzada (lo que en esta época de remarcaciones es decir bastante), pero choca con su ejecución. En parte quizás se deba a la actuación de Lamothe en el rol de Gonzalo, al que le imprime una pose canchera y fuera de tono que poco tiene que ver con el resto. Un tipo de interpretación a la que el actor nos tiene acostumbrados y que, con reservas, funcionaba un poco en Amateur, también dirigida por Perillo.

Las noches son de los monstruos es, en suma, una película anclada en la medianía de mucho del cine nacional reciente, que no es ni mainstream ni de nicho, que pulula por festivales y llega a las salas, y que casi nunca consigue destacar por sobre el resto. Las razones de este fenómeno son variadas, y lo cierto es que la película de Perillo evidencia una intención por diferenciarse, trabajando con materiales reconocibles a los que busca tanto actualizar como homenajear. La calidez de la escena en la que Sol y Miguel atraviesan la noche en moto es una muestra de lo que podría haber sido, aunque finalmente no fue.