Las horas más oscuras

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

He aquí un claro exponente de película pensada para y por la temporada de premios. En “Las horas más oscuras” (2017), de Joe Wright, el seguimiento de Winston Churchill en el momento en el que debió tomar drásticas decisiones pese al rechazo y la burla que se hacía sobre su personal, es sólo la excusa para poner frente a cámara a un Gary Oldman descomunal en el centro de la escena.
Avances de maquillaje, y su camaleónica capacidad de transformarse en este obeso político que mantuvo en vilo a una nación con su accionar, devuelven la sorpresa ante la interpretación, en un momento en el cual aún se discute el rol de los actores por figuras recién llegadas que a fuerza de escándalo y mediatización que sólo buscan sus quince minutos de fama.
El ejercicio que ejerce Oldman en la minuciosa composición del estadista, aquel que pese al rechazo supo construir un poderoso cerco plagado de decisiones políticamente incorrectas e inesperadas, también escapa a lugares comunes o estereotipos con los que anteriormente se ha representado a Chruchill en la pantalla grande.
Con la potencia de la actuación de Oldman “Las horas más oscuras” divide su relato estratégicamente en dos instancias, una en la que se toma su tiempo para construir a Churchill, presentarlo en su morada, con su mujer (Kristin Scott Thomas), con sus rutinas y hábitos, y con una asistente recién llegada que lo ayudará con sus cartas (Lily James).
En esa etapa Wright elige la oscuridad en las escenas, relacionadas a una etapa más bien lúgubre del personaje, el que, entre sombras, teje y desteje manejos políticos que repercuten en la vida diaria británica. También esta instancia sirve para contrastar los personajes de Churchill y su asistente, en las antípodas, pese a ser tercos en sus necesidades e impulsos.
La siguiente instancia, luego del preámbulo relacionado a presentación de personajes, deriva en la incorporación del protagonista ya como primer Ministro y su accionar en la política, un trabajo arduo y complejo, en el que los obstáculos y la ridiculización pública le jugaron en contra.
Allí el guion decide mostrarse ampuloso, con exceso de frases trilladas y hechas, con un tempo que le juega en contra para concentrarse en la narración, detallando datos para contextualizar y perdiendo el tiempo con mensajes pro patria y de “autoayuda” acerca de la importancia de no traicionarse.
En ese momento todo el trabajo previo se resiente, todo el esfuerzo de Oldman por consolidar su protagónico se debilita, porque comienza a precipitarse un desenlace más acorde a telefilmes de History Channel que a un producto cinematográfico coherente.
Y aún a pesar de esa contradicción entre lo ya hecho y establecido, la potente actuación va resolviendo, con discursos solemnes y rimbombantes, aquellas decisiones que en el candor de la guerra, y ante la inminencia de una réplica en su propio territorio, todos los espacios vacíos que el guion va sembrando.
Se puede sostener entonces un relato sólo con una figura fuerte? La respuesta es no, pero al menos nos queda en la retina la posibilidad de disfrutar a Oldman y de saber que la historia de “Las horas más oscuras” continua en otra producción que este año también participa del Award Season “Dunkerque” (2017), con más solemnidad, sí, pero con menos lugares comunes.