Las horas más oscuras

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La guerra y la paz

El realizador inglés Joe Wright regresa con un film sobre los caóticos primeros días de Winston Churchill como Primer Ministro del Reino Unido tras la renuncia del criticado Neville Chamberlain, quien ejerció el cargo entre 1937 y 1940, años del ascenso y avance del nacionalsocialismo en Europa.

Con un estilo historicista claramente en favor de Churchill, el guión Anthony McCarten comienza con el encendido discurso del líder de la oposición laborista Clement Attle (David Schofield) en el Parlamento en contra de Chamberlain (Ronald Pickup) y en favor de su dimisión inmediata. En su diatriba, Attle, quien sucedería a Churchill (Gary Oldman) como Primer Ministro tras la finalización de la guerra hasta principios de la década del cincuenta, enfatiza la necesidad de buscar un nuevo candidato para un gobierno de coalición entre los tres partidos de mayor representación en el Parlamento. Tras el rechazo de Edward Wood, vizconde de Halifax (Stephen Dillane) Churchill asume el cargo pero Alemania parece imparable, las tropas de Francia e Inglaterra se repliegan ante el avance de los tanques Panzer, Bélgica se derrumba y todo parece indicar que Hitler está a punto de invadir Gran Bretaña.

Con una interpretación magistral de Gary Oldman el film reconstruye los días previos a la maniobra de retirada del ejército inglés del puerto de Dunquerque en el norte de Francia, hazaña recientemente reconstruida de forma absolutamente extraordinaria en el opus de Christopher Nolan, Dunquerque (Dunkirk, 2017). El film analiza dialécticamente la disputa política entre el sector de Chamberlain y Halifax, que buscaba mantener la política de apaciguamiento y paz con Alemania e Italia, y la de Churchill, que consideraba que Hitler buscaba expandir el nacionalsocialismo por toda Europa instaurando dictaduras afines satélites de Alemania, eliminando la democracia y la independencia soberana.

Las Horas Más Oscuras (Darkest Hour, 2017) intenta analizar la figura de Churchill en toda su dimensión a través de dos vertientes, su vida política en el Partido Conservador y su vida privada. Ya sea a través de su pensamiento, sus controvertidas acciones, las críticas de detractores, su tensa relación con el Gabinete de Guerra, el entendimiento tácito con el Rey George VI, la obra indaga en el tesón de un hombre que veía como el viejo mundo caía bajo las bombas nacionalsocialistas, esperando la inexorable invasión de Hitler y su sequito. La película reconstruye de esta forma la idiosincrasia de la época, el espíritu de las discusiones del Parlamento, la búsqueda de la apertura de canales de negociación con Alemania a través de Italia por parte del vizconde de Halifax, los recuerdos de los horrores de la Primera Guerra Mundial en la mente de los estadistas, la enfermedad de Chamberlain y la seguridad de Churchill de que la organización de la defensa de la soberanía era la mejor arma para combatir la locura belicista que Hitler y el nacionalsocialismo desataba sobre Europa.

Wright vuelve a recurrir al compositor italiano Dario Marianelli (V de Vendetta: V for Vendetta, 2005) con el que ya trabajó en Atonement (2007), El Solista (The Soloist, 2009) y Anna Karenina, 2009) para construir melodías que pertinentemente acompañan las escenas sin sobresalir. La fotografía de Bruno Delbonnel (Amélie, 2001) busca en los primeros planos de los protagonistas los gestos de angustia de los protagonistas, sus esperanzas y sus incertidumbres.

Ya sea en los ojos de su esposa, Clemmie, interpretada por Kristin Scott Thomas o en el de su secretaria, Elizabeth Layton (Lily James), Churchill aparece como estadista y hombre que duda pero no vacila, y que se pregunta sobre las consecuencias de sus actos y decisiones para el futuro de su país en diálogos realmente significativos que reconstruyen el temor de unos hombres que ven su mundo desmoronarse y deben decidir qué hacer antes de que sea tarde. Las Horas Más Oscuras es así un film sobre la fuerza para continuar en el rumbo cuando todo parece hundirse y de la libertad solo queda una letra de cambio que se deprecia rápidamente en el mercado de los políticos que consideran la paz como una claudicación ante la violencia fascista.