Las hijas del fuego

Crítica de Guillermo Colantonio - CineramaPlus+

La película de Carri está hecha con rabia, se podría pensar contra gran parte de un cine que no atreve a filmar el sexo o que recorre de manera timorata los cuerpos o plantea relaciones donde la premisa parece ser hablar mucho y no tocarse. También se juega por la radicalidad, aún con el riesgo de ser ignorada (o temida) por el público más allá de los circuitos festivaleros, a menos que nadie se escandalice con escenas explícitas donde las mujeres protagonistas gozan a más no poder de sus sexualidad y del registro porno que la directora elige para celebrar una verdadera fiesta renacentista de cuerpos, gemidos y fluidos. Y en esta especie de road movie lésbica, todo se inicia con una joven directora que quiere filmar una película condicionada, se encuentra luego con su novia, se matan en una habitación y salen a recorrer el sur. En el trayecto, se les suman progresivamente otras chicas y juntas inician la gira mágica y nada misteriosa del placer, a base de orgías y aventuras. Entre ellas, proteger a una mujer maltratada, como si fueran un comando justiciero al estilo de los filmes de Russ Meyer, donde los hombres son bastante pelotudos y las mujeres son capaces de transgredir mandatos sociales y tabúes conservadores.

Al mismo tiempo, hay una voz en off que instaura un discurso que se pregunta constantemente sobre el mismo proceso de creación, la representación de los cuerpos en pantalla y la sexualidad. El lenguaje asume una identidad política con respecto a estos temas, como si socavara la lógica patriarcal con una ferocidad sorprendente. Es un punto muy interesante que queda lamentablemente relegado con un mecanismo de reiteración porno cuyo ápice es una larga masturbación frente a cámara, como si la película necesitara escupir en la cara todo aquello que venía mostrando y que quedaba muy claro. Es una decisión jugada, sin duda, y valiente, que continúa a una gran escena musicalizada, de carácter lisérgico, pero que tira la balanza hacia una sensación de agobio. Y es ahí donde la justa y necesaria provocación se deforma en alegato onanista. De todos modos, ojalá existieran muchos cineastas argentinos como Carri.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant