Las aventuras del Capitán Calzoncillos

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La risa irreverente

Hace bastante tiempo que no nos topábamos con una película como Las Aventuras del Capitán Calzoncillos (Captain Underpants: The First Epic Movie, 2017), una obra cuyo carácter rudimentario y delirante en vez de restarle méritos artísticos, termina sumando desfachatez y coraje al resultado final, un esquema que además toma la forma de un retrato inusualmente salvaje de la niñez masculina y su falta de respeto a la autoridad. De hecho, la perspectiva que domina en el convite es la de la formación escalonada de los hombres, pero no bajo el manto del insoportable coming of age norteamericano sino más bien abrazando una descripción detallada de ese período de la vida, comprendido en lo que en la Argentina sería el colegio primario y en Estados Unidos las elementary y middle schools. El humor escatológico, el cual casi siempre está muy mal utilizado en los productos del país del norte, aquí se acopla a la perfección con la actitud irreverente y los chistes de la infancia.

La premisa de base es muy simpática: George Beard (Kevin Hart) y Harold Hutchins (Thomas Middleditch) son dos niños -amigos desde el jardín de infantes- que se la pasan haciendo bromas a costa de los aburridos/ pedantes docentes de la escuela a la que asisten, aunque el verdadero eje de sus travesuras es el director del establecimiento, Benjamin Krupp (Ed Helms), un individuo amargo que disfruta de aguar toda posibilidad de alegría de los alumnos y que desde hace tiempo está detrás de alguna evidencia para poder castigar al dúo protagónico. Un día la prueba finalmente llega gracias a la intervención de Melvin Sneedly (Jordan Peele), el nerd/ buchón oficial del colegio, quien filma a George y Harold saboteando el Turbo Toilet 2000, en esencia un inodoro robotizado que construyó Melvin para la convención escolar de inventores, un evento creado por Krupp para arruinarles los sábados a los estudiantes obligándolos a asistir para ver el desfile de pavadas de siempre.

Así las cosas, como sanción el director asigna a los protagonistas a cursos distintos, lo que ellos consideran el fin de su amistad, por lo que como última opción deciden hipnotizar a Krupp con un anillo de plástico “made in Chica” que le vino de regalo a George en una caja de cereales. Los muchachos utilizan la oportunidad para convertir al hombre en el Capitán Calzoncillos, un superhéroe de lo más bizarro que ellos mismos diseñaron en una serie de historietas artesanales, un paladín que lucha por la verdad y la justicia vestido sólo con una capa roja y un calzoncillo blanco. Desde ya que la esquizofrenia inducida de Krupp, quien vuelve a la normalidad cada vez que mojan su rostro, está complementada vía la presencia de un villano, el Profesor Poopypants (“Profesor Pantalonescagados”, literalmente), un psicópata alemán/ suizo que desea suprimir la función cerebral de la risa como parte de una cruzada difusa contra todos aquellos que alguna vez se burlaron de su estrafalario apellido.

El film puede ser leído desde diferentes ópticas: los chicos de seguro se identificarán con las referencias a todos los “productos” que salen de los orificios corporales de los seres humanos (hablamos de la clásica fascinación infantil con los componentes vedados del lenguaje), los adultos en general pueden interpretar a la propuesta como una parodia light de las patéticas películas de superhéroes de los últimos años, en sintonía con Los Increíbles (The Incredibles, 2004), Kick-Ass (2010) y otros opus similares (aquí la mordacidad viene homologada al sustrato mundano -y profundamente absurdo- de todo el planteo a nivel macro) y finalmente los espectadores más escépticos se sorprenderán con la riqueza del relato en el apartado formal (tenemos un hilarante catálogo de recursos que incluyen interpelación a cámara, mini pasajes de los cómics de Harold y George, fantasías sobre situaciones concretas, números musicales irónicos y algún que otro flashback esporádico).

Más allá de su idiosincrasia descarada, esa que aprovecha con perspicacia el proverbial sadismo de los pequeños para con aquellos que se perfilan como representantes de las instituciones de control social, a decir verdad Las Aventuras del Capitán Calzoncillos nunca termina de alcanzar todo su potencial subversivo y ello se debe a la mediocridad del realizador David Soren y el guionista Nicholas Stoller, una dupla que no consigue traspasar la efervescencia y los designios blasfemos que de por sí ya estaban presentes en los trabajos literarios originales de Dav Pilkey, uno de los pocos autores que impulsan explícitamente a los jóvenes a desobedecer las jerarquías (a favor de Soren y Stoller -casi como un consuelo- se podría afirmar que por lo menos no coartan la esencia de la obra de Pilkey). Aun así, la película es una de las mejores propuestas de DreamWorks en muchos años, un estudio que venía de capa caída, porque más que concentrarse en los clichés, las secuencias de acción y la velocidad, aquí lo que prima es la infinita ridiculez de la dimensión hogareña, los personajes que la habitan y esas pequeñas alegrías que le dan sentido, con la amistad y la rebeldía como principales banderas cotidianas frente a los diletantes de la uniformidad…