Las acacias

Crítica de Santiago García - Leer Cine

TRES EN LA CARRETERA

Ganadora de la Cámara de Oro en el último festival de Cannes, Las acacias es un film minimalista y ascético. Estas características formales no le impiden ser también un film lleno de enorme emoción y gran ternura.

Las acacias es una película cuya estructura es absolutamente convencional, sus temas son de género –road movie, por mencionar uno- y sus códigos pertenecen en muchos aspectos al cine más comercial. Sin embargo, la película es un prodigio de minimalismo y ascetismo bien entendidos. Con muy pocos personajes –esencialmente tres- y con escasas líneas de diálogo en la primera parte del relato, los temas de la película se expresan con absoluta claridad y una profunda ternura. Las acacias es una de esas películas en las cuales si el espectador se queda afuera del relato o se aburre, no es para nada culpa de la película sino del espectador. La historia es sencilla y el planteo es tan básico como atractivo. Un camionero, Rubén, recibe el encargo de su jefe de llevar a una mujer paraguaya desde Asunción hasta Buenos Aires. Cuando llega el momento del encuentro, el camionero descubre que la mujer, Jacinta, viene con un bebé, Anahí. Hombre de pocas palabras, Rubén acepta en silencio y con extrema dureza la situación. Lo que sigue es el largo camino de los tres y el proceso que provocará profundos cambios en la mirada que cada uno tiene del otro. Como toda road movie que se precie, Las acacias no sólo cuenta un desplazamiento en el espacio –en este caso Asunción-Buenos Aires- sino también un recorrido interior. Ese recorrido está en los ojos de los personajes, en particular en los de Rubén, quien debe hacer el camino interior más largo y modificar la forma en la que se comporta con respecto a Jacinta. Y como todo film minimalista logrado, Las acacias describe el mundo a partir de los detalles. Y no hay que caer en la trampa conformista de decir que en la película no pasa nada, porque pasa de todo. Porque el mundo se muestra frente a nuestros ojos y sólo hay que saber mirar. Y no sólo con los ojos del corazón, porque si bien estos deberían ser una buena guía, no hay que ser tan voluntarista. Hay que observar con la mirada atenta e inteligente de un espectador capaz de darse cuenta de que las palabras más importantes pocas veces se dicen en la vida real, y hay que adivinarlas en los infinitos gestos de las personas. El director Pablo Giorgelli no mira a los personajes desde la butaca director, sino con la mirada humanista que a un buen realizador le permite entender en serio a los personajes. Tampoco pone en sus labios frases de guión, sino genuinas expresiones de personas movilizadas por un sentimiento, pero limitadas por su pudor y su timidez. Un regalo extra es el personaje del bebé, cuya mirada abre el corazón de cualquiera sin que de esto abuse el director o la cámara. Qué un cine tan inteligente y sofisticado –hay hallazgos de puesta en escena que merecerían un artículo aparte- no renuncie a la emoción y la ternura es una gran noticia. Que esto último no le impida ganar en el festival de Cannes uno de los premios más importantes, es también motivo de alegría. Y finalmente, que los sentimientos de las personas no sean explotados de forma vulgar y falsa como lamentablemente solemos ver en el cine más comercial, es lo que termina de exponer los méritos de Las acacias. Una película que a pesar de ser minimalista, es uno de los estrenos más grandes del año.