Lady Bird

Crítica de Diego Batlle - La Nación

El cine estadounidense nos ha regalado decenas de películas sobre los tramos finales del colegio secundario, el baile de graduación, la iniciación sexual, la amistad adolescente, la conflictiva relación con los padres y las dificultades para el ingreso a la universidad (que allí implica en muchos casos un enorme esfuerzo económico y el viaje a otra ciudad, que deriva en el ingreso definitivo en la vida adulta).

Lady Bird aborda todos esos tópicos (y algunos más), pero se desmarca de los lugares comunes de este auténtico subgénero a fuerza de sensibilidad, de múltiples matices que le permiten pendular entre la comedia pura y el drama íntimo, y de una capacidad para el detalle que le otorga una intensidad emocional y una credibilidad infrecuentes en el cine contemporáneo, sobre todo en el caso de una ópera prima en solitario como esta de Greta Gerwig (solo había codirigido con Joe Swanberg Nights and Weekends en 2008). Nominada a cinco premios Oscar (mejor película, dirección, actriz, actriz de reparto y guión original), Lady Bird reconstruye las experiencias juveniles de la propia Gerwig en la ciudad de Sacramento en pleno 2002 a través de un álter ego como Christine McPherson (una notable Saoirse Ronan), que se hace llamar Lady Bird.

La situación económica de su familia es más que precaria, ya que su padre (Tracy Letts) está sin empleo y lucha contra la depresión y su estricta madre (Laurie Metcalf) trabaja a toda hora como enfermera. La protagonista está por terminar la secundaria en una escuela católica y su destino parece ser el de una universidad pública, aunque su deseo es dedicarse al arte y formarse en Nueva York.

Más allá de este contexto, lo que hace de Lady Bird una película especial dentro del universo de historias de rituales adolescentes (conocidas como coming-of-age) es la fluidez, la elegancia y la precisión en la observación de las relaciones con su mejor amiga (Beanie Feldstein), sus eventuales novios (Lucas Hedges y Timothée Chalamet), la directora del colegio (Lois Smith), los distintos maestros y dos padres decididamente opuestos entre sí.

Brillante y prolífica actriz del cine independiente norteamericano, Gerwig se consagra con este film como una guionista y directora dueña de un mundo propio, capaz de burlarse y al mismo tiempo de regalarle a "su" Sacramento -el reverso menos glamoroso de otras ciudades californianas como Los Ángeles y San Francisco- una carta de amor fílmica. Despiadada y bella, descarnada y emotiva. Como la vida misma.