La voz de la igualdad

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

NOTAS AL MARGEN

En tiempos de lucha feminista, el cine no puede -no quiere- quedar al margen. Y por eso se comienzan a buscar íconos sobre los cuales trabajar relatos edificantes que sostengan esas luchas que se dan en otros sectores de la sociedad. Para los norteamericanos, la figura de la abogada, docente y jueza Ruth Bader Ginsburg es emblemática, porque arrastra más de medio siglo de militancias en búsqueda de la igualdad, y porque además resulta una personalidad con poder dentro de un sistema que se ampara tanto en la representatividad de sus instituciones. Tanto poder, que llegó a ser integrante de la Suprema Corte de Justicia y actualmente es una presencia indisimulable desde lo cultural, donde aparece reflejada hasta en disfraces de Halloween y su nombre se convirtió en sigla RBG. Por lo tanto, es un personaje ideal para llevar al cine, porque no sólo su discurso coincide con un tiempo histórico, sino además porque a las necesidades del biopic presenta en su vida diversos escollos que la imponen también como un ejemplo de autosuperación, como si todo lo demás no alcanzara: una mujer pequeña, judía y de Brooklyn avanzando en un mundo de hombres. Todo esto se puede ver en La voz de la igualdad, que presenta la vida de la jueza como una enciclopedia ilustrada y sin demasiado vuelo.

La experimentada Mimi Leder es quien se pone detrás de cámaras, luego de casi una década sin presencia en la gran pantalla. La directora de films de género como El pacificador o Impacto profundo aplica su artesanía a otro relato de géneros, o sobre los géneros, y la mirada estanca que la Justicia norteamericana ha tenido sobre ellos: el quiebre del relato lo representa un caso emblemático llevado adelante por Bader Ginsburg y su esposo, en el que no se le reconocían tributariamente a un hombre soltero los gastos y complicaciones monetarias que representaba el cuidado de su madre enferma. Ese quiebre no sólo es productivo para el personaje porque significa la concreción de un universo basado en las igualdades y las injusticias, que era más teórico que práctico, y también lo es para el relato, porque convierte a la película en un film de juicios, con todos los clichés imaginados pero no carente de cierta emoción: hasta esa situación, La voz de la igualdad era un resumen a lo Wikipedia de los grandes hitos en la historia de la protagonista.

Ahora bien, tanto cuando no funciona como cuando funciona, La voz de la igualdad es una de esas películas en las que pareciera que los personajes van acompañados de un guionista que les aconseja la frase justa en el momento indicado. Y eso sobresale en el personaje de la hija de Bader Ginsburg, una joven construida sobre frases hechas y lugares comunes, que es funcional al arco dramático del personaje (es quien le hará ver los caminos divergentes que puede tener una misma lucha) pero excesivamente subrayada en sus parlamentos, incluyendo una ridícula escena bajo la lluvia compartida entre madre e hija que parece más una publicidad buena onda de Sprite. Pero el mayor problema que encuentra Leder es que el meollo de la historia es una trama judicial y administrativa que necesita de un poco de exposición para ser comprendida. Sin embargo, la solución que encuentra la película es un tanto rudimentaria, con parlamentos que nos explican aquello que supuestamente no entendemos. Film didáctico y anodino narrativamente (hasta la dichosa llegada del citado juicio), se parece más al borrador de uno de los abogados que aparecen por ahí, lleno de tachones y notas al margen explicando todo para que no quede nada afuera.