La villana

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Las películas que llegan de Corea del Sur cada vez con más frecuencia nos descubren un cine industrial distinto del estadounidense. Sin importar si se trata de un thriller, una película de zombies o de catástrofe, todo parece excesivo, engordado, como si el cine coreano hubiera encontrado una receta para reinventar los géneros y darse a sí mismo una libertad inusitada: los directores parecen capaces de hacer cualquier cosa con las imágenes, lo que les venga en gana, sin tener que preocuparse por los dictados de ningún realismo al uso.

La villana está concebida como una seguidilla de dispositivos cinematográficos que tratan de conquistar los sentidos con un arsenal estilístico que incluye una larga escena en primera persona (como en Hardcore: Misión extrema), movimientos acrobáticos de la cámara, puntos de vista imposibles, cambios abruptos de tono y hasta raccords curiosos que hacen acordar incluso a los del cine moderno, tal vez a alguna película de Suzuki como Branded to Kill. El problema es que ese desfile interminable de piruetas fílmicas rápidamente opaca el corazón de la película: un thriller que toma elementos del melodrama y de los relatos de venganza. Desde el comienzo, el director acostumbra al público a las sorpresas constantes, a los planos imprevistos, a los giros en la trama. Los minutos pasan y la experiencia se vuelve un poco agotadora; los momentos de reposo narrativo, cuando no hay disparos, cuchillazos ni cabriolas visuales, resultan morosos y parecen fragmentos arrancados de otro lugar, tal vez de alguna telenovela coreana (de esas que cuentan con una producción gigantesca y dedican un cuidado microscópico a la confección de las imágenes). Si La villana aspirara a ofrecer una experiencia mayormente sensorial como John Wick 2 la cosa sería distinta, pero a Jung Byung-Gil le gusta el melodrama, el tipo quiere contar la caída del personaje femenino, cómo es que la vida de Sock-hee gira en torno a hombres que la manipulan y dirigen sus acciones (ya el asesinato del padre la empuja a un camino de venganza). Una woman’s picture con asesinos y vendettas, digamos. Pero los personajes carecen del interés como para soportar semejantes exigencias: el motivo de la pareja condenada y el de la maternidad en peligro nunca terminan de proveer el drama esperado (tampoco lo hace la relación un poco tortuosa que tiene Sock-hee con su jefa, que evoca el vínculo de madre e hija del melodrama clásico, con cachetada incluida y todo). En algún punto, la acumulación de estímulos hace que el asunto se vuelve hasta un poco molesto: La villana alterna los momentos de calma narrativa con escenas de acción que, como la del combate sobre motos, adoptan un carácter gimnástico, como si ya no importara demasiado la espectacularidad de las acciones y la película solo tratara de superarse a sí misma, de producir meramente algún nuevo prodigio técnico que sobrepase al anterior.