La verdad sobre La Dolce Vita

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Las historias de los grandes clásicos que estuvieron a punto de no llegar a buen puerto son siempre interesantes. Cuanto más grande es el clásico, más absurdo se ve todo en retrospectiva. La dolce vita (1960) es uno de los grandes títulos del cine italiano de todos los tiempos y pensar que tuvo problemas para realizar hoy es sorprendente, pero no tanto cuando ve este documental.

La película no es solo una forma de recuperar el film de Federico Fellini, sino principalmente la de su productor Giuseppe Amato. Fellini tenía ya una trayectoria espectacular y dos de sus films, La Strada y Le notti di Cabiria habían ganado el Oscar a mejor película extranjera. Sin embargo, su nuevo proyecto no era mirada con total confianza y fue justamente su productor quien tuvo que conciliar los intereses del director con los del otro productor del film, Angelo Rizzoli, encargado de la distribución.

El documental tiene testimonios, muchos anteriores a su realización y un material de archivo interesante donde se destacan las cartas entre Amato y Fellini, testimonio fundamental para entender las tensiones del proyecto. Para que no se trate de un documental común, el director Giuseppe Pedersoli reconstruye escenas donde se lo ve a Giuseppe Amato mirando La dolce vita y tratando de resolver el dilema que tiene delante suyo. No son escenas particularmente inspiradas, pero si tenemos en cuenta que el director es nieto del mencionado productor, entonces todo cobra un sentido más emocionante. Hay que agregarle la presencia de Carlo Pedersoli, padre del director, más conocido por su nombre artístico internacional: Bud Spencer.

Aunque no hay mucho vuelo más allá de lo contado aquí, la película tiene cosas muy bellas, en particular los testimonios de personajes menores, no los más grandes, que viven con la felicidad de haber formado parte de una de las cumbres cinematográficas de todos los tiempos. Películas de verdad, obras de artes que trascendieron, logros definitivos.