La última noche

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tragicomedia negrísima, la ópera prima de Camille Griffin comienza como una película de espíritu navideño para luego convertirse en una historia apocalíptica. En efecto, cuando los distintos personajes de esta apuesta coral se reúnen en la casa que el matrimonio integrado por Nell (Keira Knightley) y Simon (Matthew Goode) tiene con sus tres hijos sabremos que el mundo está al borde de la extinción por la inminente llegada de una gigantesca y devastadora nube tóxica. De hecho, el gobierno británico ha repartido a cada ciudadano (con la excepción de homeless e inmigrantes ilegales) una pastilla suicida para que la ingieran y asegurarse así una muerte indolora.

Con una propuesta y un espíritu satírico que remite de forma casi inexorable a la reciente No miren arriba, pero en el marco de un encuentro de fin de año en una casona campestre (en ese terreno la cosa está más en la línea de las desventuras de Entre navajas y secretos), La última noche oscila y pendula entre momentos de logrado humor negro con ese inimitable British touch y otros en los que se pone un poco obvia y aleccionadora.

Con un dream-team actoral que incluye no solo a los anfitriones Knightley y Goode, sino también a los invitados interpretados por Annabelle Wallis, Sope Dirisu, Lily-Rose Depp, Lucy Punch y Kirby Howell-Baptiste, La última noche contrapone la mirada de los adultos con la de los niños. En ese sentido, el principal punto de vista del film es el de Art (Roman Griffin Davis, el chico protagonista de Jojo Rabbit e hijo de la guionista-directora en la vida real), quien no está demasiado de acuerdo con las miradas, posturas y decisiones de los mayores.

La película está filmada y actuada con indudable pericia y profesionalismo, pero por momentos parece presa de la indecisión respecto de si jugarse por completo al descontrol (más en el tono de una Boda sangrienta, por ejemplo) o si convertirse en un film algo más serio que advierta sobre los riesgos de la devastación del planeta y los excesos de los gobiernos que nos llevan, sí, hacia el fin del mundo.