La segunda muerte

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Fui a sala con alguna información de prensa referida a este trabajo de Santiago Fernández Calvete, fundamentalmente por su paso auspicio en el festival de Sitges y mucha expectativa por ver cómo el cine de género nacional se va fortaleciendo (o no) en este tiempo, con nuevos nombres e ideas. Qué propone “La Segunda Muerte”? Un thriller, sobrenatural, oscuro, en torno a lo que la iglesia llama “las apariciones marianas”. En este caso, el suceso tiene lugar en un área rural lejana (llamada curiosamente “Pueblo Chico”) típica locación donde hay un ritmo particular alejado del pulso de las grandes ciudades.
Una policía con un pasado complicado, Alba Aiello (Agustina Lecouna), decide exilarse en un lugar donde nadie sepa de ella y nada ocurra. Su culpa por un hecho brutal la agobia y si bien sigue viviendo (o deambulando por la vida), emana un dolor palpable en cada una de sus expresiones. Su trabajo en la fuerza es, lo esperable en ese tipo de espacio. Nada parece alterar su rutina.
Hasta que una persona arde por combustión espontánea, en una ruta poco transitada, en posición de rezo y todo cambia.
Ese hecho comenzará una investigación en la que nadie querrá arriesgar ninguna conjetura que sirva a la pesquisa, aunque una de ellas sea que el perpetrador del crimen, sea una entidad inmaterial. La tragedia volverá a repetirse, amenazando a todos los miembros de una familia tradicional y alertando a todos acerca de la peligrosa naturaleza del hecho.
Aiello, accidentalmente dará en el pueblo con un niño que tiene poderes especiales para percibir imágenes y con su ayuda intentará armar el rompecabezas que nadie parece querer abordar: podrá la Virgen María aparecer y ser la responsable del ataque a los pobladores de esa comunidad?
“La Segunda Muerte” tiene un guión claro, se apoya en la potencia de las imágenes y los silencios y explota los significados en la contemplación y las palabras de Alba, siempre referidas a la venganza, la angustia existencial y la búsqueda de respuestas certeras donde parece no haberlas. Tiene como punto alto una cuidada fotografía de Darío Sabina (gran paleta para cada segmento de la cinta) y utiliza al máximo sus limitadas posibilidades de producción (la escena final podría, -por ejemplo- con mayor presupuesto, haber sido increíble de haber contado con recursos en forma).
Fernandez Calvete sabe contar historias y redondea un buen trabajo en este film en el que descolla una Lecouna lejos de su charme televisivo, intensa y sólida y a la altura de las circunstancias.
Otro nuevo exponente de que el cine de género nacional puede transitar caminos más arriesgados y llegar a más y mejores puertos, de contar con el apoyo necesario.