La sal de la tierra

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Mirar, registrar y opinar desde la cámara

Un documental sobre un fotógrafo, más aun si se trata del prestigioso Sebastião Salgado, tendrá sus detractores y defensores de acuerdo a la visión del mundo de semejante personalidad. Pero quienes filman a Salgado, sus viajes y sus disertaciones humanitarias mientras registra las miserias del universo, se trate del horror en Ruanda o el hambre en Etiopía, son su hijo Juliano y el otrora talentosísimo cineasta alemán Wim Wenders. Sobre éste último, dedicado en los últimos años a registrar lo que sea (entre Pina, Buena Vista Social Club y Lisboa Story hay muchas diferencias) para mantenerse en el candelero de los festivales, poco nuevo podía esperarse salvo la cuestión de encontrar a un compañero afín de la corrección política y así continuar con esta clase de documentales que le deben más al National Geographic que a La jetée de Chris Marker o a las exploraciones genéricas del Godard de cualquier época.
Ese nuevo compañero de Wim es el reputado fotógrafo Sebastião, siempre dispuesto a contemplar desde las imágenes las miserias del ser humano que tan bien reditúan económicamente en el inabarcable mercado del europeo bienpensante y en las capas de la clase media de cualquier origen. La supuesta belleza de la miseria –pautada por las guerras, el hambre, el horror del ser humano, las políticas económicas, las decisiones de los gobernantes- hacen anclaje en ese blanco y negro de exposición de galería prestigiosa que caracteriza el trabajo de Salgado. Y allí está la otra cámara, aquella que manejan su hijo y el azorado ex gran cineasta germano, compartiendo los pensamientos y la ideología del artista, quien jamás rebate una reflexión, inclinado a la admiración incondicional desde la comodidad burguesa que tal vez recuerde mejores épocas y películas. La sal de la tierra tendrá sus admiradores y no tanto en relación al trabajo de hace décadas del fotógrafo. Es que al gran ex cineasta Wenders, en los últimos años, cualquier cosa le da lo mismo: el resurgir de un grupo de músicos cubanos, el registro sobre una gran coreógrafa y bailarina o mirar el horror del mundo desde una mera contemplación revestida de torpe comodidad estética.