La risa

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Pocas películas exploraban el hastío, rituales y frustraciones adolescentes con la lucidez y el humor de la uruguaya 25 watts. La risa parece arrancar donde termina aquella, con un grupo de chicos que vagan en la madrugada de un domingo, después de haber salido el sábado. Sin embargo, a pesar de compartir temática, las dos películas son muy distintas. Para empezar, en 25 watts el humor surgía más de la puesta en escena que de los personajes, que muchas veces eran literalmente cargados por la cámara (recordar sino el plano de Daniel Hendler hundiéndose en el vaso de agua), mientras que en La risa ocurre justo lo contrario. Los gags son elaborados por los personajes mientras que la película se limita a contemplarlos, siempre muy de cerca, como queriendo encontrar un mundo más allá de las caras y la ropa de los cuatro chicos que deambulan en auto hasta el mediodía. 25 watts “comentaba” más sobre sus materiales, en cambio, La risa tiene una búsqueda más introspectiva. Podrá ser por la cercanía de la cámara y su voluntad de exploración, pero lo cierto es que los personajes de Iván Fund son dueños de una riqueza narrativa increíble que se acrecienta escena tras escena. Se nota, por ejemplo, en el cambio que se produce en El chino, que pasa de molestar y llamar la atención cual niño a sumergirse en una honda depresión cuando se entera de las andanzas nocturnas de su novia. La puesta en escena pone su atención en cada detalle hasta llegar a los gestos más pequeños, como las miradas intensas y silenciosas de El ruso, la impaciencia nerviosa de Leo, o el gesto calmo y seguro de Tincho, que hace las veces de jefe tácito del grupo. Los cuatro, cuando no viajan en el coche de Tincho, caminan sin rumbo perdiéndose libremente en el paisaje local, juegan, tiran piedras, se pelean un poco en joda y un poco en serio, charlan, se abrazan, se miden, se alían unos con otros. En todo esto, La risa no se parece mucho a la película del dúo Rebella-Stoll, pero en algo fundamental se asemejan: en que las dos hacen un retrato respetuoso del universo adolescente sin recurrir nunca a psicologismos ni golpes bajos de ninguna clase. La película de Iván Fund viene a encolumnarse detrás de una temática y una estética que arranca en los 90 y que baña con luz nueva un mundo que, más que el de un movimiento o una cinematografía, parece ser el de toda una generación.