La resurrección del mal

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Aburre más que perturba

A lo absurdo de las escenas se suma lo grotesco de la pesquisa por descubrir al Mal.

El morbo puede llegar a límites insospechados. Tanto como lo ridículo de algunas situaciones. Y cuando estas dos oraciones confluyen en una sola película, se obtiene La resurrección del mal, la película de terror de cada jueves, que es precisamente morbosa e igualmente ridícula.

Jackie (Julie Benz) es una ex adicta, como tantos otros que han pasado por la residencia de estilo gótico enclavada en Manhattan. Allí mandan a adictos cuando se han recuperado de las drogas o el alcohol, pero también pedófilos. El lugar es lúgubre, aunque tiene lamparitas, veladores y todo tipo de artefactos para aplacar la oscuridad, sin temor a facturas siderales de luz.

Jackie tenía una amiga, y el verbo es correcto, ya que Danielle muere espantosamente apenas abre el filme. Jackie será la misma huésped, ante la ausencia de Danielle, que para todos desapareció, no murió.

La pesquisa no sólo toma ribetes absurdos, irrisorios y grotescos -el edificio tiene tres torres, pero nunca hay nadie en ningún lugar; Jackie intuye que la dueña los mata, y encima se lo dice; un policía amigo que llega, claro, tarde-, todo conspira con un mínimo grado de credibilidad.

Lo peor, o quizá lo mejor para el publico morboso, es que hay un menor acosada entre los huéspedes de esta residencia que habría que clausurar, no por perturbadora, sino por aburrida.