La residencia

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

«La Residencia» es un thriller psicológico de reciente estreno en nuestra cartelera. Fue filmado en la Hostería Petrel, durante la pandemia. Nos cuenta la historia de un manipulador escritor, quien lleva a sus alumnos a extremos nada saludables con la intención de que experimenten de la forma más intensa posible sus vivencias, durante una suerte de retiro creativo. “No paren, no corrijan, sostengan, escriban”. Tiene que doler más, indica. La aspiración de los nóveles escritores se desvirtúa pronto, en manos de un fundamentalista cuyo delirio rozará límites perversos. A través de un prólogo y seis capítulos que dividen la propuesta, se nos comparte que ha creado un polémico método para llevar adelante su afamado laboratorio de escritura. A su taller acude Ana, aspirante a novelista que cae cautivada ante los encantos de su mentor, y en búsqueda del próximo desafío creativo.

Bajo tal premisa, “La Residencia” es un film que pone su atención en el peligro que existe en un comportamiento que distorsiona el valor de lo moral. Alumnos ingenuos, ávidos de aprender, acuden al recinto en busca de una guía, a modo de sendero e iluminación. El verosímil elige cortar el hilo por el lado más fino a la hora de visibilizar ciertos excesos al momento de impartir una enseñanza y, por ende, los aprendices caerán presas fáciles. Los clichés no tardan en aparecer y esparcirse, a lo largo de la trama. Autores presos de una misma pregunta, se ven envueltos en una eterna tormenta. ¿Qué motiva a escribir? Veremos los conflictos entre participantes manifestarse de la forma más irrisoria posible. El lenguaje es lengua patria del autor, solía decirse, y en la exploración de ideas poéticas al borde de una nevada ladera, o alrededor del crepitante fuego, toda alegoría en imágenes esbozada peca de chatura y falta de inventiva..

¿De qué índole es la vocación motivacional que anida en el enigmático Holden? ¿Por qué nadie se anima a confrontarlo? De su rutina creativa se desprende una pedagogía cuestionable, brindada por un ermitaño ensimismado en la burbuja de su propio mundo austral, regido por leyes que contraponen arte y vida. El arriesgado juego de vivir bajo la piel de dos personajes y dos vidas en simultáneo (aceptando todo lo auténtico que la condición de real coloca en la fantástica) podría indicarnos que, a priori, no saldríamos indemnes de tamaña afrenta. Sin embargo, el interés por la suerte que correrán los incipientes escritores comienza a menguar más pronto que tarde. Basada en un guion del propio Fraiha en coautoría con Inés Bortagaray, la presente es una adaptación de la novela carioca “La Cordillera” (del destacado Daniel Galera), con el claro propósito de reflexionar acerca de la obra de arte producida bajo circunstancias improbables. Rodado en diversas locaciones de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, las gélidas postales de la naturaleza resultan insuficiente distracción visual a la hora de sosegar el mal trago que produce un relato pobremente escrito, planteado y resuelto.

Protagonizada por la irregular e inexpresiva Deborah Fallabella (“Avenida Brasil”), en compañía del gran Darío Grandinetti -haciendo lo posible con un personaje construido de forma inconsistente-, este largometraje en coproducción argentino-brasileña, dirigido por el brasileño Fernando Frahia, tensa los ánimos de los personajes involucrados en semejante experimento, desviado de su noble intención cuando el acto cae en manos de un psicópata dibujado con trazo grueso. Dentro de las posibles interpretaciones que su trama nos provee, Frahia elige prestar especial atención a retorcidos ejercicios de poder y dominancia, bajo remanidas fórmulas de torpe resolución que cobran magnitud de certero indicio: estamos delante de la obra de un absoluto principiante en la materia. Tornándose en extremo superflua y evidenciando una deficiente dirección actoral, la película jamás acaba por cumplir con el potencial anunciado de antemano. Por el contrario, el ridículo acaba por ganar la partida, camino a un desenlace pueril, forzado y desparejo.

En cada plano ofrecido, existe un grado de irrealidad que oscurece claramente la atmósfera del film, no obstante, la pobre resolución brindada a los eventos descriptos conspira notablemente en contra de una propuesta que desafía la lógica y el punto de vista de quien escribe. Todo luce por demás subrayado: carecen de absoluto interés los desafíos de todo escritor conflictuado, llevados al papel. Las fronteras entre realidad y ficción se difuminarán en este pueril retrato, si preferimos reprimir fantasías a confesar transgresiones, tal y como indica un perturbado Holden. Poco importa a estas alturas, “La Residencia” imposta vanguardismo para acabar luciendo pretenciosa y prescindible, olvidando a mitad de camino de su incierto y desigual recorrido lo más genuino y necesario: confiar en que lo que se escribe (o filma) interesará.