Chef: La receta de la felicidad

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

La vida, sin grandes dramas

Tras su paso por el cine de alto impacto -y presupuesto- de Iron Man y Cowboys Vs. Aliens, Jon Favreau parece haber regresado aquí a sus primeras películas, mayormente comedias y aventuras con alguna característica especial que las hace distinguibles, más humanas y amables. Chef, la receta de la felicidad es una película que tiene todos esos condimentos, pero que encuentra en la nobleza de su propuesta y en la humanidad que desprenden todas las actuaciones, un cuidado especial por el público y una simpatía que mal entendida puede ser confundida con demagogia. Aunque no: hay un trabajo muy depurado del guión y una fuerte decisión desde la puesta en escena de escaparle a todos los clichés del melodrama para que el espectador atraviese la aventura sin mayores sobresaltos. Y no es que haya planicie o una vista gorda a los problemas del mundo (los hay), sino una predilección por un tono entre naif y amable que recorren todo el relato con sinceridad y bonhomía. Chef… es una de esas películas que hablan del placer, mientras hacen placentera su experiencia.

El guión del mismo Favreau plantea la situación muy simplemente: un inventivo cocinero que trabaja en un restaurante con un menú que es pura rutina, decide lanzarse por su propio camino, junto a su hijo y un amigo, montar un camión con cocina y servir fast food cubano en diversos puntos de los Estados Unidos. Chef… es un poco una road movie, pero es sobre todo una película sobre padres e hijos, sobre un vínculo que se forja lejos de las palabras y cerca de las acciones: el cocinar como una pasión-oficio que se transmite entre generaciones y que más allá de su propia pertenencia, no es más que una forma de comunicarse con el otro cuando fallan otros vasos comunicantes (excelente el montaje veloz sobre el encuentro padre-hijo de fin de semana). Como en todo cine inteligente, Favreau plantea esto sin que nos demos cuenta, trabajando rigurosamente el subtexto de su película mientras en la superficie vemos una historia atractiva, bien contada y que apela a nuestra propia memoria emotiva gastronómica. Hay incluso un uso muy interesante de las tecnologías y las redes sociales, y de cómo eso es también un motivo de acercamiento y alejamiento generacional.

Se podrá decir que los personajes en Chef… (especialmente la ex mujer que interpreta Sofía Vergara) demuestran demasiada buena onda, y que todo fluye hacia un “tú puedes hacerlo” un poco positivista (incluso se le podrá acusar su exceso de musicalización). Es verdad, esto es así y la película desde la elección de su paleta de colores amarillenta y diáfana, una música caribeña y festiva, y unos escenarios relajados y apaisados que contradicen la neurosis urbana habitual del cine norteamericano, es desde donde el cuentito se construye con solidez. No hay aquí una manipulación new age (las lecciones de vida, si están, siempre lo hacen en off) y todo corresponde a decisiones bien precisas de Favreau. El objetivo es rodear el conflicto central con una serie de situaciones laxas y reducidas en su función dramática: por eso, también, que la película fluye con una paz singular y termina allí en su clímax y casi sin que nos demos cuenta.

Chef, la receta de la felicidad es una de esas películas que nos hacen ver al arte del cine como algo sencillo, cuando en verdad no hay nada fácil en su elaboración: evidentemente Favreau, como director -y vista su filmografía-, es alguien capaz de construir excelentes equipos de trabajo, donde la química es más que física y termina sumando para los resultados finales de la película. Favreau es, al fin de cuentas y dada su extensa carrera en Hollywood como actor, un laburante. Y esta película que habla de redes sociales, de tecnología, de padres e hijos, de la gastronomía como pasión pero también como trabajo, de vocaciones y auto-superaciones, no puede ser otra cosa que una demostración cabal y afectuosa sobre el profesionalismo, que funciona en varios niveles. Y aquí, y sólo aquí, ese afecto termina siendo correspondido por el destino, casi sin condicionamientos. Porque, qué demonios, esto es cine. Y Favreau sabe hacerlo.