La princesa y el sapo

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Bienvenido regreso a las fuentes

La princesa y el sapo tiene vistosos musicales, buen jazz y bellas imágenes

Luego de adquirir Pixar -y de designar a John Lasseter como el máximo responsable de su división animada-, Walt Disney se dedicó a películas en 3D con un look muy moderno, una tecnología de última generación y un vértigo que sintonizara con estos tiempos. Sin embargo, La princesa y el sapo significa algo así como un regreso a la producción de los años 80 y 90 y, también, al espíritu de sus clásicos.

En este sentido, Ron Clements y John Musker (responsables de La sirenita y Hércules ) vuelven aquí al registro que le habían impreso a Aladdin (basta comparar las múltiples secuencias musicales o los malvados de ambas películas), al que le agregan referencias a El libro de la selva , Cenicienta y varios otros títulos.

Ambientada en la Nueva Orleans de los años 20, La princesa y el sapo combina el cuento de hadas con unas cuantas pinceladas muy a tono con la corrección política: la elección (reivindicación) de la ciudad es un homenaje a esa zona devastada por el huracán Katrina y la presencia como protagonista de una princesa afroamericana de clase baja está en línea con el período Obama.

La decisión de trabajar en ese tiempo y en ese lugar le permite a la dupla Clements-Musker concebir vistosos y creativos segmentos musicales a ritmo de jazz (también hay melodías propias del blues, cajún, creole y zydeco compuestas por Randy Newman), una iconografía algo oscura ligada al vudú, coloridos desfiles propios del Mardi-Gras y segmentos que transcurren en los pantanos de Louisiana. Algunos podrán encontrar estas decisiones entre pintoresquistas y oportunistas, pero lo cierto es que el film saca un enorme provecho estético de ellas.

Más allá de algunas escenas no tan inspiradas y de ciertos problemas con un doblaje que debería haber sido en un español más neutro, La princesa y el sapo es un trabajo de gran belleza que reformula con inteligencia e ironía los tradicionales cuentos de hadas para generar así una doble empatía en niños pequeños y en sus acompañantes adultos. No se trata, claro, de una película revolucionaria en el campo de la animación, pero a veces el regreso a las fuentes también puede ser bienvenido.