La princesa de Francia

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Las curvas del deseo

La princesa de Francia es la nueva película del joven director argentino Matías Piñeiro (Viola), que esta vez indaga en la vocación inquieta del deseo.

"El deseo es curvo”, dice un famoso intelectual en un libro recientemente publicado, y será por eso que es tan difícil saber qué se quiere y a quién se quiere. De pronto la atracción se dispara para un lado que no se esperaba. El objeto de deseo es móvil, fugaz, variable. Este movimiento del deseo, nunca lineal, siempre zigzagueante, es lo que define las comedias ligeras inspiradas en textos “menores” de Shakespeare del talentoso realizador Matías Piñeiro.

El movimiento (del deseo) es la palabra operativa por excelencia, el concepto que dinamiza todo lo que sucede en el plano. Véase el plano secuencia inicial, tan imponente como genial. Lorena está en la terraza de su casa, alguien la llama a los gritos, y ella sale a las apuradas para sumarse al partido de fútbol. Mientras recorre el trayecto para llegar, la cámara la espera y muestra lo que sucede en la cancha. Imperceptiblemente, el juego se transformará en una coreografía (un primer movimiento), y todo será visto en un plano secuencia. Si esta escena no alcanza para entender una poética, está también la que tiene lugar en el museo de Bellas Artes de Buenos Aires y una escena final en una plaza. Deseo y movimiento.

El argumento es aquí casi anecdótico, y no por eso se trata de un filme minimalista. El padre de Víctor ha muerto. Él viajará a México por un año. Al regresar, el joven invitará a sus amigos (casi todas mujeres, y más de la mitad del elenco, novias o amantes) a grabar un radioteatro basado en textos de Shakespeare. Volver implica para el joven Víctor reanudar o no su relación con Paula, que a su vez ahora sale con Guillermo, como también dejar de tener o no una relación secreta con Ana, que además está embarazada de otro hombre.

La forma de contar todo esto es lo novedoso: el deseo es curvo, y el relato también. Paula recuerda cuando conoció a Víctor en una fiesta; Víctor imagina situaciones posibles de lo que puede llegar a vivir con Paula, Ana e incluso con las otras “princesas”. Todo eso sucede sin aviso en el flujo del tiempo presente del relato, y la cadencia y yuxtaposición de tiempos es asombrosa.

El sustantivo propio Shakespeare puede generar falsas expectativas. No hay aquí monólogos, ni arrebatos discursivos en los que se desnude la complejidad del alma humana. La presencia de los textos es ostensible pero heterodoxa: Noche de reyes se oye en alguna oportunidad y un ejemplar de Trabajos de amor perdidos es un objeto clave de la trama, pero no se trata estrictamente de una adaptación, aun cuando el espíritu de liviandad de las comedias esté aludido e incorporado.

El único déficit del exquisito cine de Piñeiro reside en que sus personajes transitan por una realidad demasiado cerrada en sí misma. La literatura es una esfera de protección que mantiene a distancia el costado sucio de lo real. Es un límite impuesto, demasiado evidente, un recorte que neutraliza el ruido del exterior. Aun así, el acotado mundo de superficies de Piñeiro es esplendoroso. Ningún director argentino sabe filmar tan bien la hermosura de lo efímero.