La princesa de Francia

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Que viva el Bardo...

Con múltiples innovaciones respecto de sus films previos también basados en las comedias shakespearianas (un protagonista masculino, la presencia de la radio, múltiples puntos de vista y una menor dependencia del texto que le permite conseguir un mayor lucimiento visual), Piñeiro construye una pequeña gran película (premiada en el último BAFICI), que continúa las interesantes búsquedas de Rosalinda y Viola, y lo consolida como uno de los cineastas más brillantes e inteligentes del panorama argentino contemporáneo.

En su tercera entrega inspirada en las comedias de Shakespeare después de Rosalinda y Viola, Piñeiro construye la más grande de sus pequeñas películas, la más ambiciosa de sus siempre accesibles y disfrutables apuestas.

Coral ("caleidoscópica", según el término que prefiere su joven director), La princesa de Francia tiene nada menos que seis diferentes puntos de vista: el del director de la troupe y los de sus cinco actrices/amantes. Apelando más que nunca al movimiento de cámara, incluso a planos generales, la narración fluye con una elegancia, una gracia y un poder de seducción que escasos directores (y muy pocos a los 32 años) suelen conseguir.

Por primera vez, en el centro de la escena hay un personaje masculino (que supo interpretar a la Princesa de Francia del título), aunque orbitado, observado, tentado y en muchos casos manipulado por las mujeres. Y la presencia de la radio es otro de los aspectos que distinguen a esta nueva propuesta.

En efecto, el film tiene como punto de partida los enredos amorosos y laborales de Víctor (Julián Larquier Tellarini), un director teatral que regresa a Buenos Aires luego de la muerte de su padre y tras un año en México, con el objetivo de realizar con su vieja compañía una serie de radioteatros. El piloto del proyecto será a partir de la última obra que la compañía ha realizado, Trabajos de amor perdidos.

En la Argentina lo esperan cinco actrices con quienes ha tenido, tiene o pretende tener también algún tipo de vínculo sentimental. Allí están su novia, Paula (Agustina Muñoz), que desde hace doce meses intenta serle fiel; su amante, Ana (María Villar), que duda de la verdad de su amor; su ex, Natalia (Romina Paula), que piensa que sigue siendo la preferida; su amiga, Lorena (Laura Paredes), que sueña con quererlo un poco de más; y Carla (Elisa Carricajo), un vago recuerdo que después de todo puede llegar a ser su próximo amor.

Piñeiro es uno de los directores más brillantes, inteligentes, formados y creativos de la segunda (o tercera) camada del Nuevo Cine Argentino. Su pasión cinéfila es sólo una de las múltiples aristas que aparecen en sus películas, donde lo culto y lo popular, la sofisticación formal y los conflictos terrenales, conviven con absoluta armonía y belleza.

El film arranca con un largo y extraordinario plano-secuencia general con un partido de fútbol 5 mixto filmado desde lo alto de un departamento. Luego, Piñeiro se permitirá no sólo citar -claro- a su admirado Shakespeare o utilizar sinfonías de Schumann como fondo musical sino también sustentar buena parte de la estética y de la estructura narrativa de su película en un cuadro: Ninfas y sátiro, del francés William Adolphe Bouguereau. Así, no extraña que parte del relato transcurra dentro del Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires con un par de pinturas de Bouguereau de fondo.

Con mayor apuesta al riesgo, con mucha información y movimiento dentro de cada plano (invalorable, otra vez, el aporte del DF Fernando Lockett para semejantes "coreografías"), con menor dependencia del texto y con su habitual capacidad para la experimentación, Piñeiro consigue una película que por un lado se opone y por otro complementa a Viola. Es una variación, una versión revisitada, corregida, ampliada y recargada de su obra anterior y un nuevo paso adelante hacia la construcción de una filmografía tan subyugante como decididamente singular.