La plegaria del vidente

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Sangre y cuerpos destripados en La Feliz

Primero fueron las noticias que informaron sobre los sádicos asesinatos de “El Loco de la Ruta” en una Mar del Plata lejos de los lobos marinos y las postales veraniegas. Luego vendría el libro de Carlos Balmaceda y ahora le toca a la película de Gonzalo Calzada, que tiene dos ejes protagónicos: El Vasco (Garzón), investigador con un pasado y presente tumultuoso y violento, y Riveros (Villamil), periodista de policiales metido en casos de corrupción, prostitución callejera y chanchullos políticos.

Con esa base argumental acorde al film noir, la película suma otros personajes, secundarios y satelitales: el ciego que encarna Minujín, la forense a cargo de Valentina Bassi y, citado en buena parte del desarrollo y presente en la última parte, el irascible Alemán que personifica Rodolfo Ranni, salido de alguna cinta de los primeros años de la democracia (En retirada, La búsqueda, El desquite). En realidad, La plegaria del vidente es efectismo puro, como los policiales de los ’80, con la suma de un montaje ríspido donde se percibe la crudeza de los asesinatos, sangre al por mayor, cuerpos destripados y un minucioso trabajo de posproducción.
En efecto, la película –excesiva en todo sentido, para bien o mal del relato–, con múltiples tramas que pueden interesar o no (la relación entre el no vidente y la forense poco aporta), y el efecto e impacto visual por encima de la narración, son los ítems en los que descansa la enmarañada historia policial. Pero hay un eje temático que funciona: la necesaria amistad entre el Vasco y Riveros con el telón de una ciudad sórdida, de calles llenas de putas, policías corruptos y sangre derramada. Eso sí: los aspectos visuales parecen extraídos de la estética videoclipera de finales de los ’80, con ese montaje elusivo y directo al mismo tiempo que rememora otros excesos, aquellos que el salvaje Oliver Stone construyera en Asesinos por naturaleza.
Cuando la adrenalina visual baja un par de tonos y el Vasco y Riveros, entre puteada y puteada, teorizan sobre los cadáveres destripados, la película se aleja de la pirotecnia visual y de sus autoconscientes y virtuosos formalismos.