La plegaria del vidente

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Maratón de la muerte

Siempre resulta interesante aproximarse a una película argentina que incursiona en el cine de género y, más aún, cuando se basa (se inspira) en hechos reales. La plegaria del vidente, transposición de la novela homónima a cargo de su propio autor, Carlos Balmaceda, reconstruye una serie de asesinatos de prostitutas ocurrida en la Mar del Plata de los años '90 que en principio fueron atribuidos al misterioso "Loco de la ruta" y que tuvo un fuerte eco mediático en aquella época.

En la elección de los personajes -El Vasco, un experimentado y torturado detective ya demasiado cansado y algo decadente, de esos que están de vuelta de todo (Gustavo Garzón); y Riveros (Vando Villamil), un veterano periodista experto en casos policiales- hay un intento de trabajar sobre ciertos códigos del film-noir, búsqueda que se amplifica en la fotografía de una Mar del Plata completamente alejada de La Feliz soleada y veraniega: sórdida, lúgubre, opresiva.

Lo que no me terminó de convencer de la puesta en escena de Calzada -un director con amplio dominio de la técnica de su oficio- es su tendencia a la acumulación (de datos, de detalles, de vueltas de tuerca, de personajes, de planos...). El realizador opta por un patchwork visual (casi un collage) construido mediante un montaje que por momentos remite a aquellos tempranos videoclips de la MTV. Así, con esa edición taquicárdica, se pierde espesor dramático, se dilapidan climas bien concebidos, se deriva demasiado la atención y en ciertos pasajes se termina abrumando al espectador.

Hay, también, ciertas dosis de sadismo (en la línea de las sagas de El juego del miedo y Hostel), con amputaciones y desmembramientos de cuerpos, y una tendencia a la estilización exacerbada, al regodeo esteticista.

Calzada (Luisa) se rodeó de buenos intérpretes (en algunos casos, no del todo aprovechados en personajes secundarios sin demasiado desarrollo), como Valentina Bassi (una médica forense), Juan Minujín (un vidente solitario que es acechado por imágenes apocalípticas) y Rodolfo Ranni (un corrupto que parece importado directamente de los policiales ochentistas de Juan Carlos Desanzo).

Precisamente, la corrupción política y policial aparece como trasfondo de un thriller que, si bien no resulta del todo redondo y convincente, tiene unos cuantos atributos valiosos que lo convierten en una opción para tener en cuenta. Necesitamos más cine de género en la Argentina...