La pasión de Michelangelo

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Milagros en la dictadura

Un caso real que sucedió a comienzos de la década del '80 y un régimen dictatorial que recibe los primeros rechazos con la gente en la calle. Un adolescente (Sebastián Ayala), acaso usado por el poder, que dice poder ver y hablar con la Virgen, y un cura (Patricio Contreras) peleado con la fe que es enviado al lugar del hecho con la intención de averiguar cuánto hay de verdad en aquello que transcurre en Peñablanca, en la región de Valparaíso.

La pasión de Michelangelo habla de un país y de una dictadura como la de Pinochet, pero también expresa su opinión sobre los supuestos milagros de la fe, la manipulación de los medios, la exacerbación de la gente frente a tales acontecimientos. En uno de los segmentos más vivos aun hoy y también recordables de La Dolce Vita de Federico Fellini, el maestro italiano describía un tema semejante, al mostrar el desenfrenado pandemónium de un pueblo ansioso por la aparición de la Virgen, supuestamente observada por dos chicos. Allí, y en solo media hora, Fellini sintetizaba el carácter esperpéntico de la situación y los varios excesos de un hecho registrado por la prensa amarilla.
El film de Larraín, más allá de sus bienvenidas intenciones, navega entre el contexto político y la historia del supuesto adolescente que conversa con la Virgen. Esa indecisión le juega en contra al film, amparándose en su mirada superficial y de mera cobertura periodística. Más aun, el tercer vértice de la trama, con Contreras encarnando al cura sin fe, termina convirtiéndose en el segmento más interesante de la film. Película de denuncia, válida por supuesto, pero nada más que eso.