La odisea de los giles

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

ENTRE LO GENÉRICO Y LA BAJADA DE LÍNEA

Entre el paternalismo y el trazo grueso que caracterizan tanto a la literatura de Eduardo Sacheri como al cine de Sebastián Borensztein, más la encarnación un tanto cómoda en ocasiones del argentino medio que es Ricardo Darín, La odisea de los giles tenía la potencialidad de ser un desastre. Y particularmente en sus primeros minutos amenaza con llevar a fondo esa promesa, a partir del planteo de su premisa: un grupo de gente bien de clase laburante que, en el contexto de la crisis del 2001/2002, junta todos sus ahorros para armar una cooperativa pero son estafados en una maniobra enmarcada en la implementación del famoso Corralito, y que encuentran la chance de una revancha a través de un robo.

Si el comienzo se aferra en exceso al imaginario literario de Sacheri –apelando constantemente a la voz en off de Darín para contar todo lo que pasa y cómo son los protagonistas-, hace una lectura cuando menos superficial de la catástrofe económica del 2001/2002 –con la clase media como eterna víctima de las circunstancias- y acumula unas cuantas tragedias gratuitas, en cuanto termina de delinear el conflicto central, a sus héroes y al villano, encuentra el tono pertinente para seguir adelante. Ese tono está vinculado a ese sub-género inoxidable que es el relato de robos que parecen casi imposibles, donde la planificación suele ser tan apasionante como la ejecución del delito, lo que contribuye a la aceptación por parte del espectador de la ruptura de la ley.

Borensztein, por suerte, no desprecia la narrativa de los robos, aunque no pueda evitar una mirada condescendiente respecto a algunos personajes –por ejemplo, al interpretado por Carlos Belloso-, y avanza en consecuencia. Y por eso La odisea de los giles se parece en unos cuantos pasajes a Robo en las alturas, otra película menor con una galería de laburantes un tanto torpes e inexpertos en el arte criminal que logran imponerse a las circunstancias y sus propias limitaciones desde el trabajo grupal y la solidaridad para cubrir los baches. Eso no implica que termine de redondear apropiadamente su propuesta, porque el film no puede evitar recurrir a subrayados dramáticos innecesarios y hay unas cuantas subtramas (la relación madre-hijo entre Rita Cortese y Marco Antonio Caponi, el vínculo romántico entre Chino Darín y Ailín Zaninovich) que se resuelven a las apuradas o sin el desarrollo suficiente.

Donde La odisea de los giles se impone con potencia y fluidez es desde la pura acción, cuando abraza por completo la aventura del delito y deja de lado el discurso culposo y auto-justificatorio, esa necesidad de dejar en claro, como se dice en una escena, que lo que se busca es “recuperar lo nuestro”. En esa tibieza es también demostrativa de los límites de un mainstream argentino que, en su necesidad de interpelar al espectador de clase media, se apoya en demasía en la calidad de los actores y en un relato que descree cómodamente de las instituciones y responsabilidades de los ciudadanos que ayudan a cimentarlas. Desde ese posicionamiento, tiene un timing perfecto, pero no solo por la actual coyuntura económica, sino por la escala de valores con la que dialoga, que prevalece desde hace décadas en el país.