La noche que mi madre mató a mi padre

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

MAS PAVA QUE NEGRA

Con aires de vodevil y película de misterio –whodunit incluido-, la guionista y directora Inés París elabora una comedia negra que ronda de manera autoconsciente el mundo del cine: un guionista y su productora (ex pareja) se juntarán a cenar con Diego Peretti (haciendo de sí mismo) para ofrecerle el protagónico y su participación en la producción de una próxima película. Del encuentro participará la esposa de aquel (actriz), y se sumarán -casi que se colarán- el ex de la esposa y su nueva novia. Como verán, no sólo de cine irá el asunto sino también de exposición descarnada de las miserias de la vida en pareja. Y ahí, en ese apartado, es donde el film comenzará a derrapar hasta perder la gracia por completo.

En el comienzo las cosas no estaban del todo mal: había diversión y hasta cierta incomodidad en la mirada sobre las familias ensambladas, las nuevas paternidades (que incluye la adopción de niños de otras etnias), la neurosis de los habitantes del mundo del cine y la dificultad de las mujeres de cuarenta para conseguir trabajo. Incluso en ese arranque, París parece tener las herramientas y la receta de la comedia veloz y en movimiento. Pero así como las cosas se encausan hacia el único espacio que resultará la casa del guionista y la actriz, y ahí la justificación formal y el homenaje a las viejas comedias de bulevar, La noche que mi madre mató a mi padre comenzará a trabarse con enredos que suceden porque sí y sin demasiado sustento cómico. Además, con ideas mal ejecutadas y resoluciones que no logran sostener el rigor de su propio verosímil.

Uno de los problemas principales de la película es apostar a que las cosas deberían resultar cómicas por propia definición: si hay enredos, confusiones, idas y vueltas, tiene que ser divertido. Y la verdad que no lo es, mucho menos incluso cuando los personajes se van revelando como una cohorte de cínicos que se odian y desprecian: si al final terminan todos juntos, en definitiva no nos importa demasiado porque son personajes odiosos. En todo caso, eso no estaría mal si el grado de oscuridad de la comedia fuera avanzando hasta derribar límites (como suele hacer la comedia británica), pero París tira algunas piedras y esconde las manos de una manera escandalosa. Aquello que puede salir mal, termina saliendo no tan mal, y al final de cuentas pocos salen lastimados en una película que simula agresividad y se desdice con cobardía.

En un momento determinado Diego Peretti se pregunta “¿qué estoy haciendo acá?”, en lo que termina siendo una lastimosa premonición sobre los resultados de esta comedia regular.