La noche del crímen

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La investigación en círculos

En términos culturales vivimos en uno de los peores mundos posibles porque al cinismo se suma un omnipresente achatamiento discursivo/ retórico/ ideológico que promedia hacia abajo en materia cualitativa: en primer lugar, la tendencia a construir personajes que la van de graciosos o “superados” o soberbios o caricaturescos o acartonadamente trágicos tiene que ver con una vagancia creativa y una pérdida de naturalidad que consideran que ya nadie se puede tomar en serio nada o -incluso peor- que ya nadie cree verdaderamente en nada, la base precisamente de la enorme mayoría de los productos culturales del Siglo XXI, casi todos consagrados a la uniformización propia del mainstream norteamericano, por ello, ya en segunda instancia, no cabe la menor duda que las fórmulas dominantes son las de las franquicias explícitas e implícitas, las primeras esas sagas eternas del cine más redundante y lobotomizador que todavía consigue llegar a las salas y las segundas los exponentes de unos géneros que se han transformado en una colección de recursos inamovibles que se repiten de modo ultra ortodoxo de producto en producto tanto en la pantalla chica como en la grande, debido a ello toda originalidad, el trasfondo disruptivo, la multiculturalidad verdadera/ no marketinera y los rasgos autorales hoy por hoy resultan “sospechosos” entre los popes de los grandes estudios y las productoras en esta coyuntura saturada de líneas de montaje infinitas para oligofrénicos y/ o castrados y de productos supuestamente destinados a los adultos aunque con una pobreza discursiva alarmante o simplemente cortados por la misma exacta tijera, una incapaz de faltarle el respeto al formato en cuestión -como hacían las obras masivas de los 60 y 70, de hecho- y siempre tendiente a reforzar esa corrección política risible que pretende adoctrinar a unas mayorías desinteresadas y quedar bien con gente a la que el arte le importa un comino, los defensores bobos de este grupito sectario o aquel como hinchas enceguecidos y egoístas de un equipo de fútbol que viven exaltados.

Dominik Moll, cineasta francés de ascendencia alemana, es uno de los pocos artesanos que le escapan a este estado de cosas y hacen precisamente lo que quieren desde la autonomía ideológica y profesional, señor que siempre se movió en la frontera entre el cine de género y su homólogo arty aunque más cerca del thriller de formato popular que otros directores y guionistas de asistencia festivalera cuasi perfecta. Su última película, La Noche del 12 (La Nuit du 12, 2022), sigue al pie de la letra la idiosincrasia inconformista de sus trabajos previos y apuesta a un relato abierto, tragicómico, naturalista y muy frustrante en una época en la que el grueso del suspenso, ese modelo streaming planetario, se obsesiona con las sobreexplicaciones, la pompa sensorial, el cierre meticuloso del relato y la construcción de una imagen utópica de las agencias gubernamentales de investigación y represión: basado en el libro de no ficción 18.3- Un Año en la PJ (18.3- Une Année à la PJ, 2021), crónica de Pauline Guéna acerca de su convivencia de un año con las brigadas de la Policía Judicial de Versalles, el guión de Moll y su colaborador habitual Gilles Marchand gira alrededor del homicidio de Clara Royer (Lula Cotton-Frapier), una chica de 21 años que en un pueblito bucólico y en el año 2016 muere producto de quemaduras gravísimas cuando le arrojan un líquido inflamable y la prenden fuego en la lamentable noche del título, lo que desencadena una pesquisa a cargo del flamante jerarca de la Policía Judicial, el Capitán Yohan Vivès (Bastien Bouillon), cuyo segundo al mando es un veterano que suele encargarse de muchos interrogatorios y está atravesando una crisis personal por una infidelidad y un pedido de divorcio de parte de su esposa, Marceau (Bouli Lanners). Mientras que los padres (Charline Paul y Matthieu Rozé) afirman desconocer la vida sentimental de la finada, su mejor amiga, Stéphanie Béguin alias Nanie (Pauline Serieys), confirma que era muy promiscua y sentía predilección por los “chicos malos”, en esencia una retahíla de machos huecos y narcisistas.

La propuesta desde el mismo comienzo, mediante una leyenda, aclara que la historia que nos ocupa forma parte del veinte por ciento de casos sin resolver de los aproximadamente 800 homicidios anuales de Francia, por lo que la costumbre de Vivès de pedalear con su bicicleta en un velódromo, conducta semejante a la de los hámsteres en cautiverio, pronto se transforma en una metáfora sobre una investigación que se mueve en círculos viciosos sin demasiadas novedades de relevancia o pistas cruciales o siquiera sospechosos firmes ya que los oficiales se ven obligados a descartar a cada uno de los posibles culpables en función de sus coartadas o la falta de pruebas incriminatorias, así desfilan por la pantalla los diferentes amantes de la occisa en sintonía con Wesley Fontana (Baptiste Perais), supuesto novio formal que no lo era, Jules Leroy (Jules Porier), otro tarado insensible símil “amigo con derechos sexuales”, Gabi Lacazette (Nathanaël Beausivoir), un negro que escribió por despecho -y porque la hembra era muy putona y le exigía que la trate como una princesa- un rap sobre prenderla fuego, Denis Douet (Benjamin Blanchy), un menesteroso con el que tuvo sexo un par de veces sin decirle nada a Béguin, y Vincent Caron (Pierre Lottin), un sujeto violento que golpeó a la madre de su hijo pequeño en una discusión y ahora vive con una maestra que lo idolatra y le tiene miedo, Nathalie Bardot (Camille Rutherford). La película trabaja muy bien, sin secuencias de acción ni diálogos para imbéciles, la angustia que produce a largo plazo la falta de progresos y cómo repercute en un trabajo de por sí horrendo como el policial, así Yohan es un hombre adusto y muy solitario que invita a vivir en su departamento a un Marceau siempre al borde de un ataque de nervios y obsesionado con la culpabilidad de Caron, sin embargo el film va más allá porque de repente salta al 2019, ahora con un cambio en la jueza de instrucción (Anouk Grinberg), y nos presenta un nuevo sospechoso en el tercer aniversario del crimen, el enajenado Mats (David Murgia).

Moll se mete en todos los tabúes del acervo audiovisual masivo del Siglo XXI desde una valentía sorprendente, pasando de tópicos como las diferencias/ pugnas entre hombres y mujeres, la sobredimensión corporal o biológica masculina y los casos como este que se salen de la narrativa social autovictimizadora y empoderadora del feminismo burgués blanco, donde a todas luces la hembra siente una compulsión en lo que respecta a rodearse de machos impresentables, hasta llegar a temáticas más vastas como la ausencia de cierre para determinados misterios o traumas, el combo “burocracia pública + hastío profesional + falta de presupuesto + vehemencia latente en una profesión como la policial orientada a la coacción” y finalmente el sustrato doloroso del duelo y la incertidumbre en tanto limbos homologables a la vida misma, cuya seguridad/ previsibilidad es prácticamente nula más allá de las ficciones de protección que se puedan construir. La película incluso maneja con sinceridad el perfil paradójico de las mujeres que ingresan en las instituciones de represión estatal ya que Marceau eventualmente pierde los estribos, es transferido y su lugar con el tiempo es ocupado por Nadia (Mouna Soualem), un típico marimacho que termina siendo más eficiente a escala laboral -si la comparamos con la enorme mayoría de los hombres de la fuerza- porque aglutina rasgos masculinos y femeninos en igual medida, casi siempre arrastrando la tristeza de comprender que los hombres asesinan y otros hombres investigan dichos homicidios, como le dice a Vivès durante una vigilancia nocturna en la escena del crimen de Royer, planteo que enfatiza la incorrección política del film de Moll, uno de sus mejores junto a Harry, un amigo que te quiere bien (Harry, un ami qui vous veut du bien, 2000), Lemming (2005) y Sólo las Bestias (Seules les Bêtes, 2019), porque sitúa en primer plano la condición real -decididamente palpable, en sí verificable- de indefensión de unas mujeres más pequeñas y frágiles aunque capaces de la misma violencia de los hombres…