La niña del sur salvaje

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Los que viven al margen en el primer mundo

"Cuando yo me muera, los científicos del futuro van a encontrar todo. Van a saber que existió una Hushpuppy que vivió con su papá en La Tina". Esto lo dice en off la protagonista de esta historia, de nueve años, interpretada por Quvenzhané Wallis.
En la vida real, Wallis es hija de una maestra y de un conductor de camiones y por cierto una niña prodigio, que fue nominada por la Academia de Hollywood en el rubro de mejor actriz. Con posterioridad ya intervino en otras dos películas que aún no fueron estrenadas.
La niña del sur salvaje es una producción independiente, con un presupuesto que apenas superó los dos millones de dólares. Se filmó en Terrebone, una comunidad de pescadores de Louisiana, que sufre periódicas inundaciones.
En la película ese sitio casi primitivo, alejado de la civilización y expuesto a bruscos cambios climáticos, se denomina Isla de Charles Doucet, pero es más conocido como La Tina.
Allí viven de manera precaria la niña Hushpuppy con su padre Wink, un hombre tosco, de mal carácter, bebedor y afectado por una enfermedad. Pero a pesar de eso y de las periódicas ausencias de Wink, padre hija se quieren. La madre falleció tiempo atrás.
En la película no hay actores profesionales. Los personajes son interpretados por los habitantes de esa región. Cuando ocurre una inundación, se niegan a ser evacuados, porque prefieren su libertad a los beneficios que le ofrecen las autoridades de la "tierra seca".
Se trata de la ópera prima de Benh Zeitlin, quien demuestra un excepcional talento creativo, una producción atípica en el marco de la industria norteamericana, más cercana al denominado "cine de la marginalidad".
Un cine que introduce en la escena pública los "sujetos incompletos" que viven al margen de las instituciones sociales y negados por el discurso de la modernidad. Por los mismos motivos, es un filme más afín a muchas de las expresiones testimoniales del cine latinoamericano.
Otra variable utilizada por el director, entroncada a su vez con la literatura latinoamericana, es el realismo mágico. La niña "habla" con su madre, en particular en los momentos de peligro.
Y también incluye animales mitológicos llamados "uros", que en la película proceden de la desglaciación de los hielos polares, asociada al crecimiento de las aguas de los océanos. Por esta vía, el director plantea un alerta ecológico.
Zeitlin elude el discurso "miserabilista" o político-panfletario, pero tampoco ensaya una crítica social, más allá de lo que ofrecen imágenes, que son testimoniales y elocuentes en sí mismas.
La zona donde se desarrolla la historia y el modo de vida de los habitantes pueden despertar la curiosidad, pero el principal atractivo de este filme es la presencia de Quvenshané Wallis, quien se desenvuelve con una naturalidad que merece el mejor de nuestros aplausos.