La niña de tacones amarillos

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Se estrena la ópera prima de Luján Loicco, La niña de tacones amarillos, un retrato intimista sobre una joven.
Pueblo chico, infierno grande. Hay muchas formas en que un pueblo puede hacer difícil la vida de una joven, especialmente de quien ya no es niña, pero aún no es mujer, de quien tiene ansias de salir al mundo pero vive encerrada, siempre confinada al mismo lugar. La gente, el lugar, el agobio.

Isabel vive en un pequeño pueblo de Jujuy, tiene un hermano más chico y una madre laburante. La vida de ella cambia cuando se decide construir un hotel lujoso y comienza la obra. Esto le brinda trabajo a esa madre laboriosa y a Isabel la oportunidad de acompañarla y estar en contacto con otras personas, hombres, los obreros.

Desde esas primeras escenas en que ella camina nerviosa somos testigos de ese machismo y violencia de género implícitas, a veces pasada por alto, a la que las mujeres estamos continuamente expuestas. Miradas lascivas, comentarios fuera de lugar, gestos innecesarios, o incluso, cuando ella aparece con vestido por ejemplo, acusaciones de provocarlos. El “no” que no se respeta como tal.

Serán unos zapatos de tacón amarillos los que marquen el final de su etapa más pura e inocente, transición retratada con un timing adecuado, mostrando su curiosidad, su deseo siempre ante lo desconocido.

Es que Isabel no pertenece a ese mundo tedioso y rutinario, no quiere hacerlo.

Y en su determinación por ser, sentirse algo más, termina cayendo en situaciones incómodas, que tensan aún más la relación con su madre o la terminan alejando de sus amistades.

El retrato que la realizadora Luján Loicco realiza de su protagonista es intimista y es en los detalles en que radica lo más logrado de este pequeño film. La naturalidad con la que se mueve su protagonista le imprime aún más corazón a una historia tan simple como compleja, en la que la metáfora se termina de construir con la llegada del hotel al pueblo y los cambios que esto conlleva.