La niña de tacones amarillos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Crecer de golpe

Una promisoria ópera prima sobre la desprotección de la mujer en el norte argentino.

Luján Loioco, porteña de 30 años y egresada de la FUC, ganó el concurso de ópera primas del INCAA en 2010 con esta historia ambientada en un pequeño pueblo de Jujuy que narra las desventuras afectivas de Isabel (Mercedes Burgos), una quinceañera que vive con su madre y su hermano menor.

Adolescente curiosa y bastante desenvuelta para los estándares del lugar, Isabel tiene las típicas curiosidades, deseos y contradicciones de las chicas de su edad y la tentación de descubrir el mundo (la ciudad) es tan fuerte que, cuando un muchacho bastante más grande que ella que trabaja en la construcción de un hotel en la zona (Manuel Vignau) la empieza a seducir (un chupetín, una cadenita, una promesa de viaje), acepta mantener relaciones sexuales con él.

La película es inevitablemente angustiante y perturbadora, pero Loioco tiene la suficiente altura y pudor como para no cargar las tintas ni subrayar más allá de lo necesario, aunque la oposición entre la inocencia pueblerina y la manipulación del foráneo resulte por momentos un poco obvia.

Burgos aporta una bienvenica naturalidad a su personaje (es imponente su explosión cuando su madre descubre los regalos que ha ido recibiendo) y la dinámica del lugar (sus amistades, la relación con su hermano) está muy bien descripta.

El machismo imperante, la descontención de la mujer, la fuerza posesiva de los hombres y la estigmatización de las jóvenes por ser atractivas o por usar ropa seductora para justificar pequeños (y no tan pequeños) abusos son algunas de las problemáticas que aborda con contundencia, pero siempre con nobles herramientas cinematográficas, ese valioso primer largometraje que es La chica de tacones amarillos.