La nana

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Con cama adentro

Los manejos de una empleada doméstica con una familia chilena, con la que trabajó por más de 20 años.

¿Cuánto llega a formar parte e integrar una familia una empleada de servicios domésticos, que cocina, lava, aspira y convive con ellos por veinte años? Los manejos de Raquel, la empleada, con sus patrones, y su particular relación con Lucas, el hijo varón más grande, y lo pésimo que se lleva con Camila, la hija más grande, son como hitos en La nana, una coproducción chileno-mexicana con vartios premios en su haber, y que llega a las salas comerciales argentinas tras varios años de retraso -es de 2009-.

Embarcada en lo que fue una suerte de (¿re?)nacimiento del cine chileno, junto a Tony Manero (2008, de Pablo Larraín, el mismo director de No), La nana trata sobre la lucha de clases al comienzo, para luego adentrarse más en la figura protagónica de Raquel, sus celos cuando, por sus constantes jaquecas y desmayos, le traen varias mucamas para que la ayuden, y cómo ella, que se siente la reina en la casa, empieza a sentir que, como tal, no gobierna.

El director Sebastián Silva marca de entrada cómo es cada personaje en relación con Raquel, de trato más bien hosco y receloso. El cariño que los patrones le tienen se demuestra con la torta y el festejo de su cumpleaños con que abre la película, pero de golpe y porrazo la trama se abrirá cuando Raquel salga del ámbito familiar y descubra un par de cosas de las que había estado ajena, sumida en su mundo de cuatro paredes.

La película es homogénea en cuanto al tratamiento narrativo, pero lo cierto es que los personajes no crecen desde que son apenas pincelados. Catalina Saavedra “es” la película, está prácticamente en todas las escenas y con su mirada desconfiada, de pocas amigas, sabe ganarse su sitial en un elenco parejo en una película seca, áspera.