La nana

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Una pintura naturalista

Es el segundo largometraje del chileno Sebastián Silva. El primero fue La vida me mata (2007), donde abordó el tema del suicidio desde distintas perspectivas. Silva nació en 1979 en Santiago y además de cineasta con formación universitaria, es compositor, cantante, pintor y diseñador.
Con la colaboración para la escritura del guión de Pedro Peirano, en La nana se introduce en el universo de las empleadas domésticas y su relación con sus patrones, como antes lo hicieron, en nuestro país, Marcelo Mosenson en el documental Bajo el mismo techo (1996) y Jorge Gaggero en Cama adentro (2004).
La filmación de La nana data de 2009, pero se estrenó en la Argentina recién este año. Silva se basó en sus propias experiencias e inclusive el rodaje lo realizó en la casa de sus padres, lo que proporciona a la película una particular pátina de verismo y verosimilitud.
El director centró la atención sobre la figura de Raquel, interpretada de manera excelente por Catalina Saavedra. Es una mujer de cuarenta años, hosca e introvertida.
Proviene del norte de Chile y trabaja desde hace veintitrés años en la casa de los Valdés, una familia de clase alta conformada por el matrimonio y cuatro hijos. El ámbito doméstico es el único que ella conoce y es el lugar donde se siente segura y protegida.
Cuando comienza a padecer cefaleas y sufre una caída, Pilar --la dueña de casa-- contrata a una limeña para que la ayude. Pero Raquel siente la presencia de la nueva mucama como una amenaza a su mundo y su estabilidad laboral, y le hace la vida imposible, apelando a pinceladas de terror psicológico.
Lo mismo ocurre con Sonia, una sargentona que apenas permanece una semana. Finalmente la convocada por Pilar es Lucy (Mariana Loyola), quien llega del campo, es extrovertida, alegre e hiperactiva, que logra penetrar la coraza de Raquel, remover su hosquedad y romper las rígidas estructuras impuestas por ella en lo que considera su territorio.
Silva opta por una pintura naturalista, sin cuestionar las relaciones laborales de las sirvientas con sus patrones, quizás porque forma parte de ese ámbito donde todavía las empleadas son llamadas con la famosa campanilla, a pesar del trato cercano al afecto que les dispensan.
Corresponde destacar las actuaciones de todos, inclusive de los adolescentes, el inteligente uso de la cámara, que recorre constantemente los espacios algo laberínticos del hogar de los Valdés, y la precisión narrativa que demuestra el director.
Bazas que fueron reconocidas con más de veinte premios internacionales en festivales como Sundance, Huelva y La Habana, además de la nominación a los Globos de Oro de la Prensa de Hollywood como mejor película extranjera.