Mujer Maravilla

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La obsesión bélica

Y aquí estamos ante un nuevo intento de parte de Hollywood por recuperar aquella cultura de masas de antaño en donde la industria del espectáculo tenía una injerencia mucho más importante que la actual en materia del viejo arte de dictar qué ver/ consumir y qué no. La estrategia vuelve a ser siempre la misma, la lógica serial, léase la táctica de encadenar arbitrariamente una ristra interminable de remakes, reboots, precuelas, continuaciones, rip-offs, etc. teniendo de base uno o varios personajes ya instalados en el imaginario popular desde décadas y décadas, con vistas a reducir a cero el margen de confusión y con el objetivo principal de fondo de satisfacer a todos los segmentos de un mercado cada vez más fragmentado. Mediante productos impersonales e infantiloides, se neutraliza la riqueza del séptimo arte y al mismo tiempo se lo vincula a una especie de “televisión con esteroides”.

A mitad de camino entre las sonseras que suelen idear los descerebrados del marketing y sus homólogos del branding más perezoso, ese que diseña campañas publicitarias gigantescas de apuntalamiento de personajes craneados para púberes de mediados del siglo XX (lo que pone en perspectiva la mediocridad intelectual de los adultos de nuestros días, el público excluyente de estos opus), Mujer Maravilla (Wonder Woman, 2017) nos ofrece una experiencia bastante aburrida pero que podría haber sido peor, basta con recordar los últimos bodrios de superhéroes para comprobarlo (DC y Marvel están al mismo nivel de redundancia y pobreza general). En vez de volcar el asunto hacia el terreno trash, ya que al fin y al cabo hablamos de una de las figuras más ridículas de la fauna de las capas y las calzas ajustadas, el film es un mamotreto anodino con un metraje excesivo de 141 minutos.

Por suerte la propuesta no nos satura desde el comienzo con una andanada de cancherismo hueco y CGI como Guardianes de la Galaxia Vol. 2 (Guardians of the Galaxy Vol. 2, 2017) ni cae en las payasadas narrativas de Batman v Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016) y Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016). La historia detalla la génesis del personaje del título entre las amazonas, una señorita que está destinada a luchar contra Ares, el Dios de la Guerra según la mitología griega: luego del típico inicio con “entrenamiento para la batalla” desde pequeña, una Diana veinteañera (Gal Gadot) rescata de una muerte segura a Steve Trevor (Chris Pine), un espía norteamericano durante la Primera Guerra Mundial, a quien por supuesto luego acompaña en su misión en pos de detener al par de villanos de turno, el general alemán Ludendorff (Danny Huston) y la Doctora Maru (Elena Anaya), un dúo que está preparando un arma de destrucción masiva semejante al gas mostaza que generaría una gran matanza de inocentes (de una forma similar a lo que provocaron los bombardeos atómicos estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki y la utilización de napalm durante la Guerra de Vietnam, por citar dos ejemplos que se suelen pasar por alto en el mainstream chauvinista del país del norte).

El tramo del relato que mejor funciona es el cómico basado en la “diferencia cultural” entre Diana y Trevor y en la llegada de ambos a Londres, el resto es una retahíla de escenas ATP en la línea del “camino del héroe”, la formación de un mini pelotón a la Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967) y -desde ya- la enorme contienda final entre Diana y el susodicho Ares. Todo es tan pero tan de manual que uno no puede dejar de sonreír ante la catarata de estereotipos y secuencias repetidas hasta el hartazgo en cada uno de estos productos, pertenecientes a un formato totalmente agotado y destinado a espectadores simplones, atolondrados y muy poco exigentes. Con respecto a las diferencias y los puntos en común entre Gadot y la que fuera la encarnación más recordada del personaje en el campo televisivo, aquella Lynda Carter de la serie de la década del 70, ambas tienen el mismo look de modelo publicitaria un poco anoréxica y pasada de rosca, aunque Gadot se destaca por unos rasgos faciales prominentes que la asemejan a cualquier actriz del porno hardcore. Si bien hay un intento por reflexionar en torno a la obsesión bélica de los seres humanos, la película termina siendo otra paradoja del montón que nos sermonea sobre el amor mientras desparrama individuos que mueren sin sangre y balbucea frasecitas genéricas de cotillón…