La maldición de la llorona

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

La característica principal de los géneros populares es la repetición de una fórmula. Esto quiere decir que en una película de terror sobrenatural se seguirá un criterio que el género mismo se ocupó de definir. Por ejemplo, va a haber un fantasma que provoca muertes y sustos mediante una sucesión de violentas apariciones, hasta que los protagonistas logren vencerlo mediante los recursos habituales: un exorcismo, una pelea final mano a mano, una ceremonia ritual.

El director y productor James Wan y sus colegas trabajan con fórmulas, con criterios narrativos que no obedecen a la lógica del denominado cine arte, cuya característica sería la capacidad de ser siempre “original”. Es decir, Wan pertenece a esa tradición de artesanos que trabajan con cierto tipo de modelos de relatos, a los que, desde luego, tienen que ponerles el contenido.

Justamente, el problema de las películas de Wan es el contenido, ya que nunca se preocupa por introducir alguna variante interesante o por contar una historia novedosa. El contenido de sus películas (sobre todo las que produce) es tan repetitivo, mecánico y predecible como la fórmula en la que se basa (desde Annabelle hasta La monja).

Como su título lo indica, La maldición de La Llorona aborda la antigua leyenda de un espectro de mujer vestida de blanco que solloza de modo escalofriante y ataca a los niños. La película pertenece al universo expandido de El conjuro y está producida por James Wan y dirigida por Michael Chaves, quien también dirigirá El conjuro 3 (2020).

El filme empieza en 1673, en México, y muestra a una madre que ahoga a sus hijos para vengarse de la traición de su marido. Luego pasa a 1973, a Los Ángeles, cuando una trabajadora social llamada Anna (Linda Cardellini) va a la casa de Patricia (Patricia Velasquez), una madre que mantiene a sus dos hijos encerrados en una habitación.

Lo que Anna no sabe es que Patricia no ejerce violencia contra los menores como se cree, sino que los protege de La Llorona, que desde el siglo 17 se encarga de llevarse a los hijos de otros como reemplazo de los suyos.

Si bien al principio no cree en la historia del fantasma, pronto Anna y sus hijos empiezan a vivir en carne propia la presencia de la horrible mujer con velo, que los arrastra a un mundo terrorífico del que solo podrán salir con la ayuda de un chamán especialista en ahuyentar espíritus maliciosos.

El abuso del susto efectista (puertas que chirrían, pasillos con luces que se prenden y apagan, apariciones repentinas, gritos abruptos), la falta de ideas originales y la predictibilidad son algunos de los trillados recursos a los que recurre la película, cuyo mayor problema es que no se anima a tomar ningún tipo de riesgo. Todo es de una prolijidad técnica desalmada, de un profesionalismo sin vuelo, sin creatividad alguna para meter miedo. Si no la ven, no se pierden de nada.