La luz del fin del mundo

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Un mundo sombrío

La Luz del Fin del Mundo (Light of My Life, 2019) es una distopía sobre el periplo de un padre (Casey Affleck) y su pequeña hija, Rag (Anna Pniowsky), en una realidad donde la mayoría de las mujeres han perecido a causa de una plaga mortal. La niña nacida justo antes de que se desate el apocalipsis femenino es inmune a la peste, al igual que las pocas féminas sobrevivientes, resguardadas y escondidas en bunkers. En este mundo masculino sombrío y hostil, la niña, vestida con ropa de varón y pelo corto para encubrir su sexo, y su padre vagan por bosques siguiendo algunos mínimos lineamientos de seguridad, intentando ocultarse de otros hombres sin éxito, ya que en cada lugar donde se encuentran con alguien la presencia del niño llama poderosamente la atención de hombres consumidos por la testosterona. Con algunas tácticas de supervivencia amateur, el preocupado padre intentará evitar que los enajenados de turno le arrebaten a su hija en distintas circunstancias de gran similitud.

El primer film de ficción de Casey Affleck, el hermano menor de Ben que ya se ha ganado excelentes papeles por los que ha obtenido galardones y reconocimientos, se inspira en diversas historias como el extraordinario film de L.Q. Jones A Boy and his Dog (1975), protagonizado por Don Johnson, Susanne Benton y Jason Robards, basado en la novela homónima del prolífico escritor estadounidense de ciencia ficción Harlan Ellison, pero también sigue los pasos de films distópicos recientes como La Carretera (The Road, 2009), de John Hillcoat, inspirado en la novela de Cormac McCarthy, y en menor medida Viene de Noche (It Comes at Night, 2017), de Trey Edward Shults, y El Sobreviviente (The Survivalist, 2015), todas obras que se retroalimentan en la íntima epopeya del hombre común sometido a la brutalidad y la crueldad humana en su peor imagen de sí misma.

Aquí Casey Affleck abandona completamente el tono cómico de su ópera prima, I’m Still Here (2010), un mockumentary tan divertido como disparatado escrito junto a Joaquin Phoenix, para ceñirse a un estilo narrativo teatral, donde los diálogos entre padre e hija tienen una gran preponderancia y marcan el ritmo circunspecto de la propuesta. Con la dinámica actoral al frente, el realizador combina el tono de series como The Walking Dead y The Handmaid’s Tale para crear un film sobre la cuestión de la angustia paterna exacerbada en tiempos aciagos, tema que se funde con el planteo distópico.

La Luz del Fin del Mundo no aporta ningún tipo de novedad al género que trabaja, pero aun así tiene una frescura inusual en la que la acción, aunque extremadamente previsible, se abre paso a través de una historia desesperada, apuntalada por las excelentes actuaciones del propio Affleck y la joven Anna Pniowsky, para dejar escenas memorables y creíbles. Desgraciadamente la propuesta también se pierde en redundancias que no aportan nada al relato y que generan pequeños momentos de tedio que por suerte son breves, pero que ralentizan la narración. Humanista pero inocente, de una gran calidez pero también de una violencia que se avecina, la película no llega al desborde descarnado ni se adentra completamente en la distopía que propone, eligiendo la microhistoria segura, que definitivamente funciona, pero abandonando toda apuesta y toda valentía cinematográfica en favor de la mirada familiar. Aun así, Affleck logra combinar sus roles de director, guionista e intérprete protagónico generando una gran actuación, una dirección teatral que sorprende y un guión aceptable pero demasiado predecible, deudor de otras obras de mejor resultado que ensombrecen la película en cuestión, aunque tampoco la dejan mal parada en la comparación final.