La inocencia de la araña

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Fallida en su simplicidad

Formosa. Colegio. Adolescentes. Dos amigas de doce años que no pertenecen al núcleo dominante del curso y que detestan a la profesora de gimnasia. Llega un nuevo profesor de biología, "fachero", que tiene una tarántula como mascota. Las dos adolescentes se enamoran del profesor, con todo el amor-fijación-devoción-obsesión que se puede tener a esa edad. El profesor de biología y la profesora de gimnasia comienzan un romance y las dos adolescentes comienzan a atentar contra el romance. La inocencia de la araña es una película simple. Y fallida en su simplicidad, transparente en sus defectos, que están encadenados. Tiene muchas situaciones estiradas, conversaciones que podrían haberse resuelto con mayor velocidad, con diálogos más concentrados. El estiramiento acarrea otro problema: a mayor cantidad de líneas de diálogo, las actrices adolescentes parecen recitar con cada vez menor fluidez sus diálogos. A ese empantanamiento narrativo, que exacerba los desajustes actorales, contribuye además la excesiva frontalidad de los planos.Las situaciones de pausa y de estiramiento y también la falta de un criterio más certero en las elipsis probablemente estén motivadas por el mayor defecto de la película, el defecto estructural: La inocencia de la araña sufre de escasez de situaciones y de personajes. Para sentirse cómoda en el formato de largometraje, la película necesitaba más personajes secundarios y más núcleos narrativos. Con mayores elementos, quizá, los saltos de tono de comedia romántica a comedia negra habrían quedado menos atropellados, y quizás hasta se habrían logrado atenuar los patinazos argumentales y de puesta en escena de los últimos minutos.

Como si fuera una película cuyo rodaje respetó la cronología del relato y hubo que terminarla con poco tiempo, La inocencia de la araña se va desgastando a medida que pasan los minutos: las mejores ideas, los mejores diálogos, la mayor fluidez, la puesta en escena más meditada están en el primer tercio. Sí, hay méritos en esa película, algunos de hecho inusuales para el cine argentino. En primer lugar, la película de Sebastián Caulier no se preocupa por el "color local" o el pintoresquismo: lo que se muestra de Formosa tiene que ver con las acciones de los personajes, no con la secretaría de turismo del lugar o con la necesidad de "vender pobreza" a festivales. Hay también unos cuantos buenos momentos entre el profesor de biología y la profesora de gimnasia: Juan Gil Navarro y Gabriela Pastor son creíbles cuando permanecen en la comedia liviana, en los diálogos en los que se torean con algo de ironía. Cuando tienen que lidiar con situaciones de peligro o simples molestias -que son adelantadas en exceso por la música- lamentablemente se apagan y, como esta ópera prima, pierden vivacidad e interés.