La increíble vida de Walter Mitty

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Un negativo positivo

Stiller combina humor absurdo y una veta humanística en su delirante comedia.

Ben Stiller no sólo es un comediante brillante, que puede dibujar personajes tan patéticos como entrañables -o personas patéticas que se vuelvan entrañables, como entrañables que sean patéticas-, sino que tiene un enorme sexto sentido para la farsa cuando se pone detrás de la cámara. Salteando Generación X (1994), tanto El insoportable (1996) como Zoolander (2001) y Una guerra de película (2008) eran sátiras, alguna más oscura que otra.

En La increíble vida de Walter Mitty -cuestión inescrutable: es secreta para los espectadores estadounidense, e increíble para el público argentino- no hay mordacidad como la que mostró con los modelos de Zoolander, sino todo lo contrario. Walter es un personaje delirantemente tranquilo en el descomunal delirio en el que transcurre la primera mitad de la película. Un ¿perdedor? Nunca. Un soñador, que un día, movida su estructura desde afuera, decide dejar de soñarse aventurero, aguerrido y heroico para salir a vivir.

Basada en un relato corto que James Thurber publicó en 1939 y que llegó al cine con Danny Kaye en 1947, bastante modificado, ahora Walter es un editor de negativos en Life. La gran revista del fotoperiodismo está por desaparecer en papel para ser digital -como sucedió-, por lo que un engreído ejecutivo (Adam Scott) recortará empleos y deberá, eso sí, editar el último número mensual. Para la tapa el mejor fotógrafo, que vive en lugares inhóspitos, envió un negativo (sigue tomando fotos con película) para que Walter, en el laboratorio, la trabaje.

Bueno, el negativo 25 no aparece. Y a partir de allí, el consternado -pero jamás afligido- Walter deberá salir a la búsqueda del paradero del fotoperiodista y dejar de vivir aventuras imaginarias -soñar con algo mejor que lo que su vida gris tiene- para hacerlas realidad.

Groenlandia, Islandia, Afganistán: peleas con tiburones, escape de un volcán en erupción y más. En la segunda mitad de la película, Stiller reviste a su historia con una pátina de humanismo no muy común en su cine, siempre con una audacia cuidada: no será naif, no volcará, pero tampoco le escapará a algún sentimentalismo para generar lágrimas.

Walter tiene como motor, claro, un interés romántico -porque en el fondo él lo es, pero nadie lo ha podido ver-. Y que en la pantalla es Kristen Wiig (algo desaprovechada está la actriz de Damas en guerra, a quien veremos en Her). La elección del elenco es también mérito de Stiller. Hay dos personajes coprotagónicos importantes, que interpretan dos estrellas que es mejor que el lector, futuro espectador, los descubra por sí solo.

Igual, hay momentos paródicos (El curioso caso de Benjamin Button) y un humor absurdo campeando a la vuelta de cada fotograma. Stiller es un tipo sensible, que asustó a la industria con Jim Carrey en El insoportable, que se mostró mansito con Zoolander y que ahora, parece, atacó con todo.

Lo suyo es el humor, aquí apasionado y nada realista. Podrán decir que es un soñador, pero ciertamente no es el único.