La grande bellezza

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La grande bellezza es un plato fuerte. El cine de Paolo Sorrentino, director italiano clave del siglo XXI, es un plato fuerte. El cine de Sorrentino -un manierista convencido- irrita, provoca, desorienta incluso a quienes nos sumergimos en sus películas sin desconfianza (salvo en su incursión en inglés con This Must Be the Place con Sean Penn). Pero desde su debut con L'uomo in più ( El hombre de más , 2001) Sorrentino ha hecho un cine expansivo, generoso, excesivo. Ante su cine, la irritación y la fascinación son sensaciones separadas por una fina línea. Basta ver L'amico de famiglia , o incluso sólo su secuencia inicial: un partido de voleibol femenino filmado con lentos travellings al ritmo de "My Lady Story", de Antony & The Johnsons. Con eso ya pueden decidir si abrazar o rechazar a Sorrentino.

Otra gran oportunidad -la mejor- es acercarse a La grande bellezza en el cine que tenga el mejor sonido y la pantalla más grande y con mejor definición para sumergirse en este retrato múltiple de ciudad (Roma) y escritor (Jep Gambardella). Jep, muy joven, a los 25 años, hizo "la gran novela", un éxito a todo nivel que nunca pudo repetir ni continuar. Ahora es un periodista cultural de renombre, un seductor, una presencia importante en las fiestas (con el máximo poder, "el de arruinarlas"), un flaneur de esta Roma actual.

Hay grandes riesgos de fascinarse, como nos pasó a unos cuantos en el estreno en la competencia oficial de Cannes 2013. La grande bellezza es, claro, como se dijo desde ese momento, una película ligada a La dolce vita : formato scope, Roma, la belleza, el ennui, la religión, la decadencia, un autor excesivo detrás. Otra película sobre un periodista en el centro del movimiento mundano romano. Y si Sorrentino se anima con la película clave -o al menos la más famosa- de Fellini, también anima el blanco y negro de La dolce vita con una explosión de colores. Y travellings y diálogos y modos narrativos episódicos y mujeres desnudas y política y fiestas y el paso del tiempo y la minoría privilegiada y una extraña mezcla de desdén -los diálogos filosos y ácidos y los personajes de alta ridiculez, como el gurú del botox- con una desesperación vital, un anhelo por captar la belleza, la gran belleza, lo que pueda extraerse de esta vida, ya no dulce y ya no con los sesenta por abrirse sino con los sesenta y cinco años del protagonista y con una Italia, una Europa, un mundo totalmente distintos, más desencantados (y eso que La dolce vita no era precisamente una película optimista).

Pero no sólo de Fellini vive Sorrentino. En La grande bellezza hace una aparición clave Fanny Ardant. Jep la reconoce, la saluda -con esa admiración que tenía Nanni Moretti por Jennifer Beals en Caro diario-, ella se da vuelta un instante y le retribuye el saludo. Y se va, en una cita a Truffaut con música al estilo Delerue -como toda la película, en realidad- y una referencia evidente al principio de Confidencialmente tuya , con la idea del cruce fugaz entre un hombre y una mujer, el principio posible -o negado, si van para distinto lado- de una historia de amor. La grande bellezza es una película de cruces, de encuentros, de oportunidades perdidas. Por eso volvemos al gran amor de Jep, a esa mujer absoluta de la juventud, a esa historia perdida, a la chica que no lo aplaudía, sino que le sonreía y parecía entenderlo con sólo mirarlo.

Hay tanto pero tanto más en este film -arte, pretensión, poesía, brillos, curvas, poses, ironías, abrazos y admiraciones directas, frases de póster y de las memorables, turistas, Roma turística, Roma inmortal, una religiosa final- y ni hemos hablado de los actores, las actrices, una especie de seleccionado abrumador y fascinante de estrellas maduras del cine italiano, empezando por el protagónico de Toni Servillo -también con Sorrentino en Las consecuencias del amor, L'uomo in più e Il divo- , tan entrañable como la película. La grande bellezza vista y escuchada -la banda sonora es generosa, oceánica, enorme- en las mejores condiciones es memorable aunque se la rechace. No todas las semanas se está frente a una experiencia fílmica así de grande, ambiciosa, extraordinaria y fulgurante.