La grande bellezza

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Todo conduce a Fellini

La nueva obra de Paolo Sorrentino es candidata al Oscar a mejor película "no hablada en inglés". Aun con el fantasma del gran Federico encima, consigue una mirada personal.

O cómo ser Fellini y (no) morir en el intento. O La dolce vita en la era Berlusconi. Cualquier título encajaría a la perfección para la última película de Paolo Sorrentino, el director italiano mimado por los festivales que también integra la élite de cineastas bendecidos por los programadores.
Candidata seria a llevarse el Oscar no hablado en inglés dentro de pocos días, La grande belleza no oculta jamás sus pretensiones, influencias, citas e invocaciones al cine de Fellini, la bienvenida (o no) sombra que ya acosaba a Sorrentino en El divo (2007), con su estructura dramática "abierta" al paisaje onírico y a la autoindulgencia sin culpa alguna.
Como ocurre en varios títulos del gran Federico, hay una voz narradora, en este caso, la del críptico e irónico Jep Gambardella (Toni Servillo), periodista y escritor venido a menos que no puede frenar el paso del tiempo. La mirada de Gep, en cambio, bascula entre la ferocidad crítica y la frase sentenciosa ante el mundo que lo rodea, decadente, bullicioso, aparatoso en su constancia porque la fiesta no termine. Así es la primera parte de La grande bellezza, un festival de bailes donde se entremezclan aristócratas y millonarios con la música de mariachis y Raffaella Carrá, que colma de placer a cincuentonas y sesentonas que pasaron por el bisturí y a viejos a un paso del patetismo. En medio del jolgorio, el sarcástico Gep, opinando sobre ese paraíso de la decadencia donde lo moderno berreta y descartable, comienza a fusionarse con citas e imágenes de la historia de Italia desde la literatura, la arquitectura, la pintura, la cultura en general.
Por supuesto que La grande bellezza –título también irónico– tiene varios momentos de interés donde Sorrentino –aun con el fantasma de Fellini respirándole en la nuca– consigue construir una mirada personal. Los largos recorridos por esas calles vacías, la relación de Gep con su amigo melancólico y frustrado por su actividad y la aparición de Ramona, personaje que funciona como punto de inflexión de las múltiples historias, son aquellos instantes donde la película respira una bienvenida personalidad.
Sin embargo, el film no puede disimular cierto tufillo publicitario, de fiesta de fin de año de la RAI, de construcción de un imaginario social que necesita valerse de aquellas herramientas estéticas que abomina para convertirse en un espejo deforme pero de similares características. No está mal acercarse a Fellini, un moralista del siglo XX. El problema es que Sorrentino parece sentirse cómodo dentro del mundo que describe, como si fuera el principal anfitrión de esa fiesta melancólica, vacía e interminable.