La fiesta de las salchichas

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El arte burgués de convalidar.

Frente a un despropósito de la envergadura de Sausage Party (2016), uno quisiera creer que los responsables -con el limitado e híper repetitivo de Seth Rogen a la cabeza, ese Adam Sandler modelo nuevo milenio- tuvieron una infancia similar a la de la hija de Joan Crawford en Mamita Querida (Mommie Dearest, 1981) y por ello se dedican en su adultez a una especie de inmadurez crónica digna de un adolescente con un coeficiente intelectual por el subsuelo e intereses culturales de segunda mano, siempre orientados al Hollywood chatarra de la década del 80 y aledaños. Pero no, lo más probable es que hayan sido sólo unos burgueses malcriados y aburridos, de esos marcados por una mediocridad ad infinitum que los insta a regresar continuamente al único tipo de humor que conocen, el sexual/ escatológico/ drogón. La pobreza retórica de toda índole se condice con la falta de un mínimo maquillaje en cuanto al sustrato reaccionario y mezquino que anida en estos films.

Desde hace muchos años ya, el mainstream más reduccionista pretende vendernos comedias de derecha de reviente hueco y conservador que la van de “cancheras”, cuando en realidad lo único que hacen es convalidar una serie de valores mentirosos y anacrónicos vinculados con la “superación” personal, la mentalidad de rebaño, el chauvinismo, la inmaculada familia, el consumo escapista y distintos tópicos semejantes, en consonancia con los escombros del sueño americano. La arquitectura y premisas narrativas por demás pusilánimes -que no critican absolutamente nada a nivel social, económico o cultural- van de la mano de personajes construidos con trazo grueso, sin originalidad y mediante una catarata de insultos, tonterías y latiguillos cargados de una pirotecnia verbal barata que se agota de inmediato a fuerza de la eterna repetición de lo mismo. La ausencia de inteligencia dramática e ironías siempre genera vergüenza ajena y a los pocos minutos resulta patética.

Para el que no lo sepa vale aclarar que en esta ocasión estamos ante un intento fallido de animación para adultos que reproduce al milímetro las características de todo ese cine lava-cerebros de matriz neoliberal, el cual definitivamente prefiere obviar por completo la existencia de artistas en verdad contraculturales -y precursores del rubro en sus diferentes etapas- como Ralph Bakshi, Bill Plympton o el dúo compuesto por Trey Parker y Matt Stone. Aquí tenemos una colección de comestibles de supermercado antropomorfizados que creen en un paradisíaco “más allá” que les espera luego de ser adquiridos por los seres humanos en la grocery store de turno. Nuestro héroe es una salchicha muy fálica y malhablada (interpretada por el propio Rogen, por supuesto) que comienza a cuestionarse el asunto y eventualmente termina fuera del paquete contenedor y a la par de su compañera, un “pan para panchos” símil vagina (en la película no hay nada librado a la imaginación).

La propuesta se divide en un puñado de subtramas decadentes, una más tediosa que la otra, y un sinfín de groserías gratuitas que enmarcan prácticamente todas las líneas de diálogo, un esquema a su vez complementado por una animación muy poco elaborada que por momentos pareciera parodiar de manera conjunta -y desde la más absoluta torpeza- la estética y motivos de los opus de Pixar y DreamWorks. Como en casi todas las comedias hollywoodenses de las últimas dos décadas, la sandez y la crudeza más inofensiva son los únicos rasgos de estilo sobresalientes, los que asimismo -aparentemente- constituyen las banderas de una buena parte del público, adoctrinado por cierto mainstream inculto a celebrar la irresponsabilidad ideológica, las poses cool de cotillón y las ínfulas de una rebelión que ya nace castrada. Por suerte la mayoría de estas comedias atolondradas ni siquiera llega a la cartelera internacional, circunstancia que nos regala un dejo de esperanza en pos de que este amasijo de idiotez quede contenido en Estados Unidos y no se siga expandiendo a otros sectores por fuera de los burgueses de buen pasar que no les agrada eso de “pensar”, prefiriendo siempre los productos que convalidan la sociedad circundante…