La extraña vida de Timothy Green

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El hijo que nació de la tierra

Los Green querían y no podían concebir hijos, ya habían probado muchos tratamientos. No podían hasta que? Y se lo relatan a empleados de la oficina de adopción. Les cuentan que tuvieron un hijo que nació de la tierra del jardín de su casa, a partir de una caja enterrada ahí con papelitos con deseos y características para el niño soñado, regada por una lluvia torrencial y mágico-milagrosa. Relatan en flashbacks que fueron padres de Timothy, que apareció ya con unos 10 años de vida y hojas verdes en las pantorrillas. No hay explicación, vamos directo a la vida de padres e hijo. Situaciones diversas: familia, colegio, compañeritos crueles, enamoramiento de una chica, performances artísticas y deportivas. De fondo, y a veces de figura, la crisis laboral de la pequeña ciudad "capital mundial del lápiz" porque, claro, ya nadie compra lápices en este mundo de hoy. Pero el mundo de hoy sólo se intuye en la película por los modelos de los coches y la presencia de celulares.

Más allá de eso, el ambiente y las actitudes son entre atemporales y de cuento de hadas estático. O más bien se basan en el imaginario conservador idealizado y pasteurizado de los "perfectos e inocentes cincuenta" en las pequeñas ciudades de Estados Unidos (aunque con integración racial). Los malos son los ricos, y también un poco algunos familiares, por ser exigentes y competitivos. Pero a pesar de los clisés ésta es una película sin centro, no muy convencida de qué es lo que quiere contar ni desde dónde. No hay punto de vista, ni siquiera moraleja bien lograda: sobrevuelan por ahí ideas acerca de "lo difícil de ser padres", "no se puede pretender la perfección", "no deberíamos cargar a nuestros hijos con nuestras frustraciones". Pero todo eso está mejor y con mayor brevedad en "Esos locos bajitos", de Serrat.

El acercamiento a la historia (ya de por sí difícil) se diluye entre un simplismo irritante, difusas enseñanzas, actuaciones acartonadas y notas falsas por todos lados. Un ejemplo especialmente evidente de todo esto se da en el partido de fútbol clave: el montaje no deja ver las jugadas, las jugadas se actúan mal (los chicos apenas corren, dirigidos para cumplir su triste rol de dejar pasar al protagonista), el protagonista tarda demasiado en hacer las cosas, todos sobreactúan los gestos como en una obra escolar. El cierre del pasado del relato es tan arbitrario y huérfano -emocionalmente hablando- como su inicio. La película juega con un nene "fantástico pero real" con una irresponsabilidad reprochable: el camino al infierno fílmico está lleno de buenas intenciones y también de estéticas ñoñas.

Este producto tremendamente fallido parece darle la razón a la recordada crítica estadounidense Pauline Kael, que en los sesenta llamaba la atención sobre la injusticia de no reconocer lo suficiente a los buenos guionistas, que así, por deseo de notoriedad, se convertían en directores sin estar del todo capacitados para ello. Peter Hedges pasó a la dirección luego de algunos guiones como el de ¿A quién ama Gilbert Grape? (basado en su propia novela) y el de la excelente About a Boy. Y se convirtió en un director mediano ( Pieces of April , Dan in Real Life ). A esa medianía le sumó ahora este desconcierto, este producto aguachento que tiene como mínimo e insuficiente consuelo una agradable iluminación de John Toll.