La doble vida de Walter

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

¿Títere terapéutico o enajenación progresiva?

El cine a veces ofrece posibilidades de redención y en otras ocasiones entierra determinadas carreras sin el más mínimo preámbulo: si existe alguien que conoce de estos avatares de la vida artística es el inefable Mel Gibson, un señor que ha sido acusado de prácticamente todo lo nocivo en la historia de la humanidad (racismo, maltrato, homofobia, misoginia, violencia, antisemitismo, etc.). Con el transcurso de los años el norteamericano se ha convertido en un paria dentro de Hollywood tanto por las “actividades” apuntadas como por varias decisiones profesionales arriesgadas y por fuera de los cánones de la industria.

Junto con Al Filo de la Oscuridad (Edge of Darkness, 2010), La Doble Vida de Walter (The Beaver, 2011) constituye el regreso de Gibson a la interpretación luego de más de un lustro abocado al rol de director, recordemos para el caso las pomposas aunque insípidas La Pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004) y Apocalypto (2006). Puede resultar curioso pero lo más rescatable de la propuesta en cuestión es precisamente el desempeño del simpático de Mel como el Walter del título en castellano, un CEO de una compañía de juguetes que padece de una depresión crónica que le impide relacionarse con su entorno.

Así las cosas, un día el protagonista encuentra en un tacho de basura un títere de un castor y casi instintivamente se lo lleva al hotel que habita desde que su esposa Meredith (Jodie Foster) lo echó del hogar. Después de un intento de suicidio fallido, el pequeño ser de peluche se transforma en un álter ego a través del cual procurará recuperar a su familia y hasta salvar a su empresa de la bancarrota. Jamás sabremos cuánto de ficción hay en el trabajo del actor no obstante consigue destacarse sacando a relucir su costado ciclotímico y moviéndose con ingenio en esa delgada línea que separa al verosímil del ridículo absoluto.

Lamentablemente debemos señalar que en el convite la que no sale muy bien parada es Foster, aquí delante y detrás de cámaras en lo que parece ser el tardío eslabón final de una trilogía centrada en los sinsabores del devenir parental. Como en las correctas Mentes que Brillan (Little Man Tate, 1991) y Feriados en Familia (Home for the Holidays, 1995), la acción hace foco en la dinámica maltrecha de un clan en el que los conflictos están a punto de estallar. Pese a que mantiene el tono ameno, hoy no vislumbramos la fuerza narrativa de antaño y las buenas intenciones del relato no tapan las carencias en el desarrollo general.

Sin embargo vale aclarar que el problema principal del film es el guión del inexperto Kyle Killen ya que acumula muchos estereotipos, se siente demasiado previsible y nunca llega a tomar vuelo más allá de una medianía respetuosa para con un tema tan delicado como la depresión (basta con decir que la subtrama protagonizada por los excelentes Anton Yelchin y Jennifer Lawrence por momentos opaca al resto). Por suerte la película evita las soluciones facilistas símil manual de autoayuda del dramedy contemporáneo e invita a compartir las vivencias con los seres queridos para esquivar una progresiva enajenación…