La despedida

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Tiempo de descuento

Ópera prima de un director argentino, con el Rifle Pandolfi.

Entre el clasicisismo de antaño y las nuevas corrientes estéticas de los últimos años, coqueteando con la elegía al barrio pero sin caer en transparentes miserabilismos televisivos, y oscilando entre tiempos muertos poco justificados y un tono ascético que no disimula cierta pose. Por allí andan las idas y vueltas de La despedida, un relato que cuenta una historia en presente pero que, por momentos, recuerda al cariño por el club amateur que el inolvidable Discépolo rumiaba por su "Vitoria Fóbal Club" (sic) en la esencial El hincha (1951).
Pero ningún militante de tablón es el protagonista de La despedida, ópera prima del publicista Juan Manuel D’Emilio, sino el crack José (Carlos Issa) en su última curva como jugador debido a un problema incurable de salud. Surgirán otros personajes secundarios, algunos mejor construidos que otros, alrededor de este heredero del Comeuñas (Armando Bó en Pelota de trapo, 1948), claro que adaptados a la melancolía algo chantuna de una película sobre fútbol que transcurre en estos días.
José emprenderá un viaje (re)iniciático junto a sus amigos, interpretados por Héctor Díaz y Fernando Pandolfi, revelaciones actorales en ambos casos, más el segundo cuando seguramente los hinchas de Vélez recuerdan aun sus goles de los '90. En ese mundo de amistad entre hombres, la mirada de Andrea (Natalia Lobo), actúa como nexo entre el clasicismo retro y el toquecito cool y moderno que propone la película.
Es que La despedida recorre aguas estéticas de diferente intensidad con el afán de superponerlas y concretar un discurso que sorprenda por su originalidad. Pero algunos silencios aparecen forzados, algún parlamento actoral puede resultar maniqueo, como también el manierismo técnico que caracteriza al film. En medio de eso, surge el barrio, la pasión, el dolor, las alegrías, el retiro de un crack de fútbol que también tiene un antecedente en Pelota de cuero (1962), donde otra vez un jugador encarnado por Armando Bo jugaba el último partido de fútbol, muerte incluida en la cancha de Boca.
La despedida termina resultando un clásico tiki tiki, pasesito para acá, otro para allá, algún ole, una pelota que se va afuera por poco, un tiro en el palo, ocasionalmente un par de goles a favor. Y no siempre.