La cumbre escarlata

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

La primera advertencia para aquellos que se acerquen a “La Cumbre Escarlata” (USA, 2015) es necesaria, no es esta una película de terror, sino lo contrario, es una épica tragedia romántica enmarcada en un una trama gótica que apela a la intriga más que al susto.
Guillermo Del Toro se obsesiona una vez más con la imagen y la muerte, en una película que, gracias a la dedicación en la puesta, potencia una trama clásica de amor, pasión, traición y una sexualidad latente gracias al trío protagónico, poseedores de una belleza y una fuerza en la pantalla como nunca antes el director trabajó con otros protagonistas.
En “La Cumbre Escarlata” hay que viajar al pasado para comprender su misterio, a un período en el que la revolución industrial, el progreso y las primeras maquinarias, facilitaban la concreción de sueños, pero también el “aplastamiento” de otros, para poder conocer a Edith Cushing (Mia Wasikowska), una joven feminista, descreída de lo establecido, y niña mimada de su padre (Jim Beaver), un acaudalado empresario de la construcción, que la deja dedicarse, al menos hasta que consiga pareja, en el mundo de la literatura.
Edith ama escribir relatos con fantasmas, pasa horas y horas escribiendo y leyendo viejos ejemplares de la biblioteca paterna, y ¿por qué ama a los espectros? porque justamente son los que desde pequeña, y luego de perder a su madre, la aconsejan y acompañan.
Conviviendo con sus miedos más profundos, la joven ve como rápidamente sus anhelos de triunfar en el mundo editorial se truncan, porque supuestamente su “estilo” y “tema” no se ajustan a aquello que la gente está consumiendo masivamente, historias de amor.
Pero cómo ella puede escribir algo así, si nunca pudo, todavía, compartir con alguien del sexo opuesto siquiera un inocente beso, aquel que la transforme de niña a mujer y le dé la sabiduría para relatar en palabras otro tipo de aventuras. Ella sabe de fantasmas, y sobre eso escribe.
Un día, intempestivamente conoce a Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un emprendedor que intentará seducir al padre de Edith con sus sueños de progreso y materia prima novedosa, una arcilla escarlata, un material tan noble como misterioso, que podrá ser extraído fácilmente con una maquinaria específica, creada por el, y para la cual deberá conseguir dinero para terminarla de construir.
Al negarle la financiación, Sharpe intentará acercarse a Edith de otra manera, enamorarla, para ver si tal vez así pueda inducir al padre a otorgarle el dinero necesario para terminar con su proyecto.
Pero el joven no contará con que el Sr. Cushing lo hará investigar y al descubrir un siniestro plan de seducción de mujeres en diferentes capitales del mundo, sin rédito, y que terminaron con la desaparición de éstas, lo encarará para pedirle que deje de ver a su hija.
Pero Thomas no está solo en la aventura de engañar mujeres, lo acompaña su hermana Lucille (Jessica Chastain), tan bella como él, y tan siniestra y oscura que a pesar de sus denodados esfuerzos por mostrarse pura hacia el afuera, lo único que termina por reforzar es su temple frío y distante y lo ayudará para terminar con la amenaza del Sr. Cushing.
Desesperados, lograrán engañar a Edith y la llevarán a vivir con ellos a una oscura mansión llena de secretos y misterios que terminarán por llevar al borde de la locura y la muerte a la joven, sin poder hacer nada para evitarlo, o sí, porque siempre se puede contar con una resolución deus ex machina en la ficción y que termine el tormento en un lugar alejado de la traición y el dolor.
Del Toro construye un melodrama clásico, gótico, ominoso, siniestro, digresivo, poderoso, que se potencia con las impecables actuaciones del trio protagónico y una puesta en escena única, que recrea a la perfección la obsesión de los emprendedores de inicio del siglo pasado que buscaban a toda costa concretar sus deseos, sin importarles a quién o qué debían eliminar y arrastrar hacia la pendiente de la cumbre escarlata.