La cumbre escarlata

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Thriller fantástico y gótico

Más cerca de El espinazo del diablo, El laberinto del fauno y Cronos que de superproducciones para Hollywood como Blade 2, la saga de Hellboy o Titanes del Pacífico, La cumbre escarlata es un vistoso exponente del terror gótico al que el director y coguionista Guillermo Del Toro le agrega los elementos propios de los finales de la era victoriana (está ambientada en los Estados Unidos y la Inglaterra de 1901).

Concebido con elegancia y rigor por el director mexicano, este thriller psicológico con toques fantásticos (fantasmas del pasado que regresan sobre todo para advertir a los vivos de ciertos peligros) no logra, sin embargo, trascender ciertos lugares comunes de este tipo de historias ni despegarse de una matriz genérica que torna todo demasiado previsible. Así, sin demasiadas sorpresas en su desarrollo, queda tiempo de sobra para disfrutar de la belleza del diseño de producción: el envoltorio esta vez es más convincente que el regalo, un triunfo de la forma sobre el contenido.

Del Toro bebe de diversas fuentes, sobre todo de los clásicos de terror de la productora británica Hammer y del giallo italiano, pero también de múltiples referencias literarias que van de Mary Shelley a Jane Austen, pasando por Emily Brontë, y de conflictos como los que David Cronenberg trabajó en Pacto de amor.

La película arranca con Edith Cushing (Mia Wasikowska), una aspirante a escritora de historias fantásticas, con las manos y la cara ensangrentadas diciendo "Los fantasmas existen, eso lo sé". Los primeros 40 minutos (los mejores) la muestran como una joven bella, impulsiva, terca y dueña de una ironía inteligente que vive con su padre Carter (Jim Beaver), típico self made man de Buffalo, Nueva York. Cuando llega al lugar el emprendedor británico sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston) en busca de financiamiento para desarrollar una máquina excavadora, las reacciones son opuestas: Carter lo desprecia, mientras que Edith se enamora. También aparece en escena Lucille (Jessica Chastain), la manipuladora hermana de Thomas. Hasta que se produce un asesinato y todo cambia de rumbo. La segunda mitad, en cambio, es más de lo mismo, pero ya dentro del subgénero de mansión decadente y embrujada en un pueblo rural de Inglaterra.

Entre engaños, trampas, envenenamientos, obsesión por los insectos, puertas que chirrían y un desenlace con mucha sangre, Del Toro juega a ser Dario Argento, Alfred Hitchcock y Terence Fisher, pero se queda a mitad de camino. Su maestría narrativa y su inventiva visual son incuestionables, pero esta vez luce más como un brillante diseñador que como un realizador sólido y profundo.