La chica del sur

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Presentado en el Bafici de 2012, donde consiguió el premio del público, éste es uno de esos films que permanecen en la memoria del espectador, que con el tiempo redescubre las muchas capas de un relato tan complejo como fascinante. Claro que, más allá de su perdurabilidad -un valor del que no muchas películas pueden presumir-, el impacto de este documental es inmediato. Seguramente porque en el centro del relato se unen la experiencia personal de su realizador y una historia más amplia, que empieza siéndole ajena, pero que gracias al material conseguido y un cuidadoso trabajo de guión y edición termina siendo tan cercana como emocionante. Un recorrido que abarca las ilusiones de la juventud, las rigideces de la madurez y el final de las utopías como epidemia mundial.

Todo comienza en 1989, con un viaje que el director, José Luis García, emprende hacia Corea del Norte para participar del XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Al encuentro, organizado por la Unión Soviética, debía ir el hermano militante de izquierda del entonces estudiante de cine, que por una serie de casualidades termina volando hacia el exótico destino armado con una cámara de video prestada y más de un preconcepto sobre lo que se iba a encontrar en Pyongyang, capital del país asiático.

Gracias a una aguda y precoz capacidad de observación, el realizador de Cándido López, los campos de batalla consigue retratar los últimos meses de un mundo que ya no existe con los jóvenes reunidos en pos de un mundo mejor, intentando arreglar los conflictos internacionales de sus respectivos gobiernos. Lo que podía quedar en documento político/turístico y retrato de época (con la curiosa aparición en cámara de unos jóvenes Hernán Lombardi y Eduardo Aliverti) deviene en exploración íntima cuando García se entera de la historia de Lim Sukyung, una joven activista de Corea del Sur que llega al encuentro luego de dar la vuelta al mundo para terminar al norte de la frontera de su propio país.

Encargada de abogar por la reunificación de las dos Coreas, territorio dividido y enfrentado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la chica del sur del título representa todas las esperanzas de conseguir un futuro más pacífico -mejor- además de un misterio que las imágenes captadas por García y su propio relato insinúan desde el comienzo. Con una sonrisa y la valentía prendida en el ojal, la mujer se propone cruzar una de las fronteras más vigiladas y militarizadas del mundo, un gesto que puede costarle la vida, pero que resulta en un encarcelamiento de tres años apenas pone pie en su lado del mundo.

MUCHO MÁS QUE PASADO

El acertijo de "la chica del Sur" impulsa la curiosidad del director, que veinte años después la recuerda y se propone encontrarla con la asistencia de su amigo y traductor Alejandro Kim, que rápidamente se transformará en otro fascinante personaje del film cuando ambos viajen a Seúl para insistir en la búsqueda de la elusiva Lim Sukyung. Perseverancia por parte del realizador y resistencia del lado de su protagonista que le darán una inesperada tensión al film.

Es que junto a la exploración de los contrastes culturales, García también tiene que lidiar con un "objeto de estudio" muy poco dispuesto a serlo. Una persona que en la madurez es aun más misteriosa que en los tiempos de su juventud, alguien que carga sobre sus hombros con la desesperanza de lo que no fue y no sólo en el mundo, sino en su propia vida. Un reflejo imperfecto en el que se mira el director y por extensión los espectadores.