La casa oscura

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"La casa oscura", nueva versión del mito del que vuelve de entre los muertos

En su ópera prima El ritual (2017), el británico David Bruckner mostraba capacidad para desarrollar personajes y plantear una dinámica entre ellos, calibraba con justeza la pendulación del relato entre lo doméstico y lo inquietante y se lanzaba finalmente de cabeza a lo sobrenatural, encarnado en una entidad poco o nada frecuentada por el género. Hollywood tomó nota y lo llamó. De técnica pulida y presupuesto medio, La casa oscura parecería ser la pista de lanzamiento a un proyecto más ambicioso que la industria le ha encomendado: la remake de Hellraiser, clásico del género en los 80. El paladar de Hollywood no es afín a menúes que se salgan de la norma, por lo cual a aquella primera cocción con impronta propia la sucede una en la que el cocinero se limita a servir, con la mayor prolijidad posible, la clase de cena ante la cual nadie se pregunta quién la preparó.

Nueva versión del mito del que vuelve de entre los muertos, La casa oscura tiene por protagonista a la docente de secundaria Beth (Rebecca Hall), cuyo marido acaba de suicidarse. Como corresponde, Beth vive en una casa aislada junto a un lago, con un único vecino en las inmediaciones, el paternal Mel (Vondie Curtis-Hall). Tiene una colega y amiga, Claire (la rubia Sarah Goldberg, memorable en su papel de Sally en la genial serie Barry), su contrapeso realista a partir del momento en que Beth empieza con eso de que oye ruidos raros por la noche. Sucede lo que pasa de El bebé de Rosemary para acá: revolviendo entre las cosas del marido, la protagonista encuentra unos planos, mensajes, anotaciones y libros raros, en este caso bastante menos inquietantes que los escritos de Steven Marcato.

Filmada como por un aprendiz aplicado que se cuida de no embarrarla, evitando caer al menos en el efectismo visual al uso (ver Maligno), aquel pasaje de lo ordinario a lo extraordinario, que Bruckner lograba tan bien en su film previo, aquí parece estacionarse en el plano de lo craso. Los secretos que ocultaba la figura del marido son más de alcoba que del otro mundo (aunque una vuelta de tuerca final quiera llevarlos sin mucha convicción hacia allí), y los miedos que sufre Beth, en lugar de poner los pelos de punta parecen peinar con aliño sus noches en vela. Pesa tan poco esa fuerza de lo desconocido que en las buenas películas de terror funciona como agujero negro, que sus angustias, soledad, temores y algún exceso alcohólico parecen los de una viuda cualquiera. Por supuesto que el hecho de que la protagonista esté interpretada por una actriz tan sensible como Rebecca Hall ayuda a que el espectador se interese por lo que le pasa a su personaje. El problema es que a su personaje le pasa poco.